ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de los santos Cosme y Damián, mártires sirios (+303 ca). La tradición los recuerda como médicos que curaban gratuitamente a los enfermos. Especial recuerdo de los que se dedican a la atención y la curación de los enfermos.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 26 de septiembre

Salmo responsorial

Psaume 73 (74)

¿Por qué has de rechazar, oh Dios, por siempre,
por qué humear de cólera contra el rebaño de tu pasto?

Acuérdate de la comunidad que de antiguo adquiriste,
la que tú rescataste, tribu de tu heredad,
y del monte Sión donde pusiste tu morada.

Guía tus pasos a estas ruinas sin fin:
todo en el santuario lo ha devastado el enemigo.

En el lugar de tus reuniones rugieron tus adversarios,
pusieron sus enseñas, enseñas

que no se conocían,
en el frontón de la entrada.
Machetes en bosque espeso,

a una cercenaban sus jambas,
y con hacha y martillo desgajaban.

Prendieron fuego a tu santuario,
por tierra profanaron la mansión de tu nombre.

Dijeron en su corazón: "¡Destruyámoslos en bloque!"
Quemaron en la tierra todo lugar de santa reunión.

No vemos nuestras enseñas, no existen ya profetas,
ni nadie entre nosotros que sepa hasta cuándo.

¿Hasta cuándo, oh Dios, provocará el adversario?
¿Ultrajará tu nombre por siempre el enemigo?

¿Por qué retraes tu mano,
y en tu seno retienes escondida tu diestra?

Oh Dios, mi rey desde el principio,
autor de salvación en medio de la tierra,

tú hendiste el mar con tu poder,
quebraste las cabezas de los monstruos en las aguas;

tú machacaste las cabezas de Leviatán
y las hiciste pasto de las fieras;

tú abriste manantiales y torrentes,
y secaste ríos inagotables;

tuyo es el día, tuya también la noche,
tú la luna y el sol estableciste,

tú trazaste todos los confines de la tierra,
el verano y el invierno tú formaste.

Recuérdalo, Yahveh: provoca el enemigo,
tu nombre ultraja un pueblo necio.

No entregues a la bestia el alma de tu tórtola,
la vida de tus pobres no olvides para siempre.

Piensa en la alianza, que están llenos
los rincones del país de guaridas de violencia.

¡No vuelva cubierto de vergüenza el oprimido;
el humilde y el pobre puedan loar tu nombre!

¡Alzate, oh Dios, a defender tu causa,
acuérdate del necio que te provoca todo el día!

No olvides el griterío de tus adversarios,
el clamor de tus agresores que crece sin cesar!

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.