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Memoria de la Iglesia
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Memoria de la Iglesia

Recuerdo de san Wenceslao (+929), venerado como mártir en Bohemia. Recuerdo de William Quijano, joven salvadoreño de la Comunidad de Sant'Egidio asesinado en 2009 por las maras.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 28 de septiembre

Recuerdo de san Wenceslao (+929), venerado como mártir en Bohemia. Recuerdo de William Quijano, joven salvadoreño de la Comunidad de Sant’Egidio asesinado en 2009 por las maras.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 13,1-3

Había en la Iglesia fundada en Antioquía profetas y maestros: Bernabé, Simeón llamado Níger, Lucio el cirenense, Manahén, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo. Mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: «Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado.» Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y les enviaron.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hasta ahora el Espíritu ha guiado a la comunidad cristiana para hacerla crecer y para reforzarla en medio del mundo judío. Con el capítulo 13 de los Hechos, guiada siempre por el mismo Espíritu, aquella comunidad se abre al mundo entero. Bernabé y Saulo empiezan su primer viaje misionero. Al igual que pasó con Pedro, cuando se encontró con el centurión romano en Cesarea, en el caso de Pablo y Bernabé la misión tampoco nace por iniciativa personal, sino más bien por inspiración del Espíritu Santo. Así, mientras la comunidad de Antioquía estaba reunida para la oración, resonó la voz del Señor: «Separadme a Bernabé y a Saulo para la tarea que he decidido encomendarles». La vida de los discípulos de Jesús no responde simplemente a decisiones de los hombres, por más sabias y justas que sean, sino que siempre es fruto de la inspiración del Espíritu Santo. La misión del Evangelio es ante todo obra de Dios, antes que una decisión y una obra de los hombres. Y la oración sigue siendo el lugar del que brota la vida de toda comunidad: toda cosa buena y justa, toda misión, todo anuncio, nacen de Dios. La oración, efectivamente, es el origen de la misión de Pablo y Bernabé, elegidos no simplemente por sus capacidades, sino por indicación del Espíritu Santo, del mismo modo que había sucedido en el caso de los apóstoles, que fueron elegidos y llamados directamente por Jesús. Los dos elegidos, por indicación del Señor y enviados por la comunidad, la representan y son sus mensajeros. Su autoridad, pues, reside en el vínculo que tienen con Dios a través del vínculo que mantienen con la comunidad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.