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Memoria de Jesús crucificado
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Memoria de Jesús crucificado

Fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. La Iglesia etíope, una de las primeras de África, venera a san Miguel como su protector.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 29 de septiembre

Fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. La Iglesia etíope, una de las primeras de África, venera a san Miguel como su protector.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 1,47-51

Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?» Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La liturgia hoy recuerda a los santos arcángeles: Gabriel, Rafael y Miguel. Sus nombres indican su misión. Miguel significa: «¿Quién es como Dios?». Es un nombre que indica su poder de recordar a los hombres la grandeza de Dios, contra el orgullo de quien quiere ponerse en el lugar de Dios. En la tradición de la Biblia él lucha contra el diablo, el príncipe de la división que con el orgullo quiere separar siempre al hombre de Dios. Gabriel significa: «Anuncio de Dios». Es el ángel que anuncia lo que hará el Señor. Encontramos a este ángel en el libro de Daniel y en el Evangelio de Lucas. Él es quien lleva la alegre noticia a Zacarías en el templo de Jerusalén y a la Virgen María en Nazaret. Rafael significa: «Medicina de Dios». Él es el protagonista del libro de Tobías. Guía a Tobías por caminos impracticables y difíciles. Acompaña y cura su vida y la de sus seres queridos.
En la tradición bíblica los ángeles, como resume la carta a los Hebreos, son «espíritus servidores, con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación» (1,14). A ellos Dios les confía la tarea de transmitir su voluntad. Es cierto que Pablo recuerda que hay «un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús» (1 Tm 2,5), pero las Iglesias dan fe del papel que estos mensajeros de Dios han tenido en la historia de la salvación. En cualquier caso nos aseguran la constante presencia de Dios a nuestro lado. Ellos, además, celebran ante Dios en el cielo una liturgia celestial ininterrumpida a la que los creyentes se unen cada vez que se celebra la misa proclamando a Dios tres veces Santo.
Y Jesús, con las palabras que le dice a Natanael, hoy nos revela una gran verdad. Él es realmente el único mediador entre Dios y los hombres, él ha abierto el cielo de una vez para siempre. A través de él los ángeles bajan para llevar los dones celestes a los hombres. También a través de él los ángeles suben al cielo para presentarle a nuestro Padre celestial toda súplica de gracia, de bendición y de salvación. Ellos están misteriosamente presentes y son misteriosamente eficaces en la oración que cada día dirigimos al Señor. «Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.» Los ángeles son, pues, ministros del Señor Jesús. Ministros de su gracia, de su verdad y de su gloria. Ministros de su amor por los hombres. Ministros de consolación. Ministros que están llamados a acompañar al hombre en su camino hasta el Cielo. Ellos muestran con su «subir y bajar» la constante presencia del Señor en nuestra vida. Está fuera de lugar, pues, aquel miedo que puede nacer en los creyentes ante la casualidad o ante las fuerzas oscuras de la naturaleza. El Señor no nos abandona. Él nos rodea con sus ángeles para que nada pueda apartarnos de Él y dejarnos a merced de las fuerzas del mal.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.