ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 5 de octubre

Salmo responsorial

Psaume 76 (77)

Mi voz hacia Dios: yo clamo,
mi voz hacia Dios: él me escucha.

En el día de mi angustia voy buscando al Señor,
por la noche tiendo mi mano sin descanso,
mi alma el consuelo rehúsa.

De Dios me acuerdo y gimo,
medito, y mi espíritu desmaya. Pausa.

Los párpados de mis ojos tú retienes,
turbado estoy, no puedo hablar;

pienso en los días de antaño,
de los años antiguos

me acuerdo;
en mi corazón musito por la noche,
medito y mi espíritu inquiere:

¿Acaso por los siglos desechará el Señor,
no volverá a ser propicio?

¿Se ha agotado para siempre su amor?
¿Se acabó la Palabra para todas las edades?

¿Se habrá olvidado Dios de ser clemente,
o habrá cerrado de ira sus entrañas? Pausa.

Y digo: ""Este es mi penar:
que se ha cambiado la diestra del Altísimo."" "

Me acuerdo de las gestas de Yahveh,
sí, recuerdo tus antiguas maravillas,

medito en toda tu obra,
en tus hazañas reflexiono.

¡Oh Dios, santos son tus caminos!
¿Qué dios hay grande como Dios?

Tú, el Dios que obras maravillas,
manifestaste tu poder entre los pueblos; "

con tu brazo a tu pueblo rescataste,
a los hijos de Jacob y de José. Pausa .

Viéronte, oh Dios, las aguas,
las aguas te vieron y temblaron,
también se estremecieron los abismos.

Las nubes derramaron sus aguas,
su voz tronaron los nublados,
también cruzaban tus saetas.

¡Voz de tu trueno en torbellino!
Tus relámpagos alumbraban el orbe,
la tierra se estremecía y retemblaba.

Por el mar iba tu camino,
por las muchas aguas tu sendero,
y no se descubrieron tus pisadas.

Tú guiaste a tu pueblo cual rebaño
por la mano de Moisés y de Aarón.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.