ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 7 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 14,19-28

Vinieron entonces de Antioquía e Iconio algunos judíos y, habiendo persuadido a la gente, lapidaron a Pablo y le arrastraron fuera de la ciudad, dándole por muerto. Pero él se levantó y, rodeado de los discípulos, entró en la ciudad. Al día siguiente marchó con Bernabé a Derbe. Habiendo evangelizado aquella ciudad y conseguido bastantes discípulos, se volvieron a Listra, Iconio y Antioquía, confortando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a perseverar en la fe y diciéndoles: «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.» Designaron presbíteros en cada Iglesia y después de hacer oración con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia; predicaron en Perge la Palabra y bajaron a Atalía. Allí se embarcaron para Antioquía, de donde habían partido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían realizado. A su llegada reunieron a la Iglesia y se pusieron a contar todo cuanto Dios había hecho juntamente con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Y permanecieron no poco tiempo con los discípulos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La ola de oposición a la predicación del Evangelio no se detiene. Al contrario, parece que crece, y llega incluso a lapidar a Pablo. Tras caer bajo las piedras, todos piensan que está muerto y se alejan dejándolo en medio del camino. Solo quedan los discípulos. Pablo, que había asistido a la lapidación de Esteban, ahora la sufre a manos de sus antiguos correligionarios. Quizás mientras sentía el dolor de las piedras que le golpeaban su mente volvió a Jerusalén, cuando lapidaban a Esteban y él guardaba la ropa de los lapidadores. El testimonio del primer mártir sin duda lo alivió en aquella durísima y dolorosísima prueba. El apóstol, rodeado por el consuelo de los discípulos, se pone en pie. No solo no huye, sino que vuelve a la ciudad, y al día siguiente continúa su camino para anunciar el Evangelio en otro lugar. Esto podría dar la impresión de que Pablo celebra su heroísmo. En realidad, el único motivo que lo sostiene es el amor por el Señor, que sitúa por encima de todo, incluso por encima de su propia vida. Y ese es un ejemplo extraordinario también para nosotros. El apóstol nos recuerda que el amor, el amor evangélico, el que vivió Jesús, pasa por la cruz. Junto a Bernabé vuelve finalmente a Antioquía, desde donde había salido, y con su enseñanza continúa haciendo que crezca y se fortalezca la comunidad. Pero sobre todo volvieron al lugar donde habían sido «encomendados a la gracia de Dios». Y junto a todos los hermanos de la comunidad se alegraron por cuanto el Señor había hecho a través de su predicación.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.