ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 10 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 15,1-5

Bajaron algunos de Judea que enseñaban a los hermanos: «Si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no podéis salvaros.» Se produjo con esto una agitación y una discusión no pequeña de Pablo y Bernabé contra ellos; y decidieron que Pablo y Bernabé y algunos de ellos subieran a Jerusalén, donde los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión. Ellos, pues, enviados por la Iglesia, atravesaron Fenicia y Samaria, contando la conversión de los gentiles y produciendo gran alegría en todos los hermanos. Llegados a Jerusalén fueron recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y presbíteros, y contaron cuanto Dios había hecho juntamente con ellos. Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron para decir que era necesario circuncidar a los gentiles y mandarles guardar la Ley de Moisés.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo 15 describe uno de los momentos culminantes de todo el libro de los Hechos de los Apóstoles: la solución de la gravísima cuestión que inquietaba a la comunidad cristiana respecto a la relación entre judaísmo y cristianismo. Ya hacía tiempo que la cuestión era un peso para las primeras comunidades. Pero ahora se añadía al punto decisivo que iba a marcar el punto de inflexión del cristianismo hacia los confines del mundo. La cuestión era la siguiente: ¿los gentiles que se convierten al Evangelio deben someterse a la ley judía o no? Pablo y Bernabé, que habían creado comunidades formadas sobre todo por gentiles, no exigían la circuncisión a quien se sumaba a la fe cristiana. Y eso ponía claramente en discusión la relación entre las comunidades que nacían de la predicación a los gentiles y las que provenían del judaísmo. Fue un episodio especialmente difícil para la comunidad cristiana que nacía. Y había el peligro de provocar una dolorosa división en el seno del cristianismo naciente. Por eso se hizo necesario celebrar una asamblea en Jerusalén con todos los responsables. Fue el primer Concilio de la historia de la Iglesia. Más que en el plano jurídico, es el ejemplo de un modo de vivir la fe: una asamblea fraterna que se reúne para reflexionar y debatir sobre los temas comunes. En ese sentido es un ejemplo para la vida de las comunidades cristianas de todos los tiempos. La comunión en el amor y el diálogo fraterno derrotan los protagonismos de los individuos que, abandonados a su suerte, separan y dividen. De ese modo, en cambio, las dificultades que inevitablemente se presentan a lo largo del camino se disipan y se edifica en la unidad el cuerpo único de Cristo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.