ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de san Ignacio, obispo de Antioquía. Fue condenado a muerte y llevado a Roma, donde murió mártir (†107).
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 17 de octubre

Recuerdo de san Ignacio, obispo de Antioquía. Fue condenado a muerte y llevado a Roma, donde murió mártir (†107).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 16,27-40

Despertó el carcelero y al ver las puertas de la cárcel abiertas, sacó la espada e iba a matarse, creyendo que los presos habían huido. Pero Pablo le gritó: «No te hagas ningún mal, que estamos todos aquí.» El carcelero pidió luz, entró de un salto y tembloroso se arrojó a los pies de Pablo y Silas, los sacó fuera y les dijo: «Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?» Le respondieron: «Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa.» Y le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa. En aquella misma hora de la noche el carcelero los tomó consigo y les lavó las heridas; inmediatamente recibió el bautismo él y todos los suyos. Les hizo entonces subir a su casa, les preparó la mesa y se alegró con toda su familia por haber creído en Dios. Llegado el día, los pretores enviaron a los lictores a decir al carcelero: «Pon en libertad a esos hombres.» El carcelero transmitió estas palabras a Pablo: «Los pretores han enviado a decir que os suelte. Ahora, pues, salid y marchad.» Pero Pablo les contestó: «Después de habernos azotado públicamente sin habernos juzgado, a pesar de ser nosotros ciudadanos romanos, nos echaron a la cárcel; ¿y ahora quieren mandarnos de aquí a escondidas? Eso no; que vengan ellos a sacarnos.» Los lictores transmitieron estas palabras a los pretores. Les entró miedo al oír que eran romanos. Vinieron y les rogaron que saliesen de la ciudad. Al salir de la cárcel se fueron a casa de Lidia, volvieron a ver a los hermanos, los animaron y se marcharon.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Muchos de los primeros cristianos terminaban en la cárcel. Cada vez que los enemigos del Evangelio quieren hacer callar la predicación encarcelan a los discípulos de Jesús. Podríamos decir que existe una extraña cercanía entre el Evangelio y la cárcel. Tal vez por eso Mateo reitera la obligación de que todos, no solo los discípulos, visiten a los presos. Para los cristianos fue algo habitual en las primeras décadas del cristianismo. Pero también pasó lo mismo más tarde, y de manera masiva durante los totalitarismos del siglo XX con los gulags y los campos de exterminio. Por eso es especialmente significativo que en nuestro tiempo los cristianos lleven consuelo a las cárceles, sobre todo a aquellas en las que la vida es más inhumana. Pablo y Silas provocaron un temblor no solo en las paredes y en las cadenas sino también en el corazón del carcelero y de toda su familia, hasta el punto de que se convirtieron al Evangelio. El amor cambia incluso lo que parece imposible. Y cada vez que se pone en práctica el Evangelio todos somos testigos de milagros que antes eran totalmente inimaginables. La llegada del Evangelio a Europa revive lo que le pasó a Jesús: el Evangelio siempre encuentra oposición, pero siempre da frutos de liberación. El cristianismo, decía Unamuno, está siempre en «agonía», es decir, requiere siempre una lucha que es ante todo una lucha interior. Es la lucha que empieza en nuestro corazón entre el Evangelio y el orgullo, pero que luego continúa en el exterior. Y vemos que cada vez que dejamos que el Evangelio se afiance en nuestro corazón hay consecuencias positivas para quien está a nuestro lado. Cada uno de nosotros podemos vivir lo mismo que hicieron Pablo y Silas con el carcelero y su familia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.