ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 25 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 19,1-20

Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó las regiones altas y llegó a Éfeso donde encontró algunos discípulos; les preguntó: «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe?» Ellos contestaron: «Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo.» El replicó: «¿Pues qué bautismo habéis recibido?» - «El bautismo de Juan», respondieron. Pablo añadió: «Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el que había de venir después de él, o sea en Jesús.» Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y, habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres. Entró en la sinagoga y durante tres meses hablaba con valentía, discutiendo acerca del Reino de Dios e intentando convencerles. Pero como algunos, obstinados e incrédulos, hablaban mal del Camino ante la gente, rompió con ellos y formó grupo aparte con los discípulos; y diariamente les hablaba en la escuela de Tirano. Esto duró dos años, de forma que pudieron oír la Palabra del Señor todos los habitantes de Asia, tanto judíos como griegos. Dios obraba por medio de Pablo milagros no comunes, de forma que bastaba aplicar a los enfermos los pañuelos o mandiles que había usado y se alejaban de ellos las enfermedades y salían los espíritus malos. Algunos exorcistas judíos ambulantes intentaron también invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, y decían: «Os conjuro por Jesús a quien predica Pablo.» Eran siete hijos de un tal Esceva, sumo sacerdote judío, los que hacían esto. Pero el espíritu malo les respondió: «A Jesús le conozco y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois?» Y arrojándose sobre ellos el hombre poseído del mal espíritu, dominó a unos y otros y pudo con ellos de forma que tuvieron que huir de aquella casa desnudos y cubiertos de heridas. Llegaron a enterarse de esto todos los habitantes de Éfeso, tanto judíos como griegos. El temor se apoderó de todos ellos y fue glorificado el nombre del Señor Jesús. Muchos de los que habían creído venían a confesar y declarar sus prácticas. Bastantes de los que habían practicado la magia reunieron los libros y los quemaron delante de todos. Calcularon el precio de los libros y hallaron que subía a 50.000 monedas de plata. De esta forma la Palabra del Señor crecía y se robustecía poderosamente.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo continúa su misión en las ciudades vecinas. Lucas nos dice que llegó a Éfeso, ciudad rica y populosa, capital de la provincia de Asia, situada en una posición estratégica, en el cruce de las principales vías marítimas y terrestres entre Oriente y Occidente. Durante unos tres años el apóstol la convierte en el centro de su misión; de allí parte hacia otras ciudades y desde allí escribe varias cartas a las comunidades que había fundado, como las cartas a los Corintios. En cuanto llega a la ciudad, Pablo encuentra a algunos discípulos del Bautista y hace que se sumen al Evangelio. La salvación se alcanza en el nombre del Señor Jesús. Mientras aquellos se suman a su predicación, otros judíos, por el contrario, impiden una vez más la obra del apóstol. Ante aquella situación Pablo, como hizo ya en Corinto, abandona la sinagoga y va a continuar predicando a una «escuela» que pertenecía a un tal Tirano. Allí despliega toda su pasión apostólica. Y, tal como Jesús había prometido a los apóstoles, también entre ellos los prodigios y las señales milagrosas acompañan la predicación del Evangelio, «de forma que bastaba aplicar a los enfermos los pañuelos o mandiles que había usado (Pablo) para que se alejasen de ellos las enfermedades y saliesen los espíritus malos». Evidentemente, aquello no era el resultado de magia y de técnicas especiales, como pensaban superficialmente e intentaban imitar algunos. La acción de curación no era obra de Pablo sino del Señor, que se servía de su discípulo. Los efectos extraordinarios de la predicación evangélica llegaron a todos los rincones de la ciudad y muchos abandonaban las prácticas mágicas a las que se habían dedicado y aceptaban la nueva vida que proponía el apóstol. Lucas termina diciendo: «De esta forma la palabra del Señor se consolidaba y se difundía poderosamente». Todo creyente y toda comunidad cristiana están llamados a reconsiderar con atención si viven su fe siguiendo el ejemplo de Pablo en la ciudad en la que viven. El Señor ha elegido a sus discípulos como instrumentos de su obra de salvación y de liberación.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.