ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 26 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 19,21-41

Después de estos sucesos, Pablo tomó la decisión de ir a Jerusalén pasando por Macedonia y Acaya. Y decía: «Después de estar allí he de visitar también Roma.» Envió a Macedonia a dos de sus auxiliares, Timoteo y Erasto, mientras él se quedaba algún tiempo en Asia. Por entonces se produjo un tumulto no pequeño con motivo del Camino. Cierto platero, llamado Demetrio, que labraba en plata templetes de Artemisa y proporcionaba no pocas ganancias a los artífices, reunió a éstos y también a los obreros de este ramo y les dijo: «Compañeros, vosotros sabéis que a esta industria debemos el bienestar; pero estáis viendo y oyendo decir que no solamente en Éfeso, sino en casi toda el Asia, ese Pablo persuade y aparta a mucha gente, diciendo que no son dioses los que se fabrican con las manos. Y esto no solamente trae el peligro de que nuestra profesión caiga en descrédito, sino también de que el templo de la gran diosa Artemisa sea tenido en nada y venga a ser despojada de su grandeza aquella a quien adora toda el Asia y toda la tierra.» Al oír esto, llenos de furor se pusieron a gritar: «¡Grande es la Artemisa de los efesios!» La ciudad se llenó de confusión. Todos a una se precipitaron en el teatro arrastrando consigo a Gayo y a Aristarco, macedonios, compañeros de viaje de Pablo. Pablo quiso entrar y presentarse al pueblo, pero se lo impidieron los discípulos. Incluso algunos asiarcas, que eran amigos suyos, le enviaron a rogar que no se arriesgase a ir al teatro. Unos gritaban una cosa y otros otra. Había gran confusión en la asamblea y la mayoría no sabía por qué se habían reunido. Algunos de entre la gente aleccionaron a Alejandro a quien los judíos habían empujado hacia delante. Alejandro pidió silencio con la mano y quería dar explicaciones al pueblo. Pero al conocer que era judío, todos a una voz se pusieron a gritar durante casi dos horas: «¡Grande es la Artemisa de los efesios!» Cuando el magistrado logró calmar a la gente, dijo: «Efesios, ¿quién hay que no sepa que la ciudad de los efesios es la guardiana del templo de la gran Artemisa y de su estatua caída del cielo? Siendo, pues, esto indiscutible, conviene que os calméis y no hagáis nada inconsideradamente. Habéis traído acá a estos hombres que no son sacrílegos ni blasfeman contra nuestra diosa. Si Demetrio y los artífices que le acompañan tienen quejas contra alguno, audiencias y procónsules hay; que presenten sus reclamaciones. Y si tenéis algún otro asunto, se resolverá en la asamblea legal. Porque, además, corremos peligro de ser acusados de sedición por lo de hoy, no existiendo motivo alguno que nos permita justificar este tumulto.» Dicho esto disolvió la asamblea.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Al finalizar este viaje, Pablo explica su plan de ir a la capital del Imperio, Roma. Algo después (Hch 23,11) el mismo Jesús le dirá: «Del mismo modo que has hablado de mí en Jerusalén, deberás hacerlo en Roma». El autor de los Hechos organiza toda su narración teniendo en mente aquella meta. Es como si quisiera decir que aquella fuente de agua viva que había brotado en Jerusalén debía tener su nuevo centro propulsor en Roma, y desde allí, irradiarse por todo el mundo. Además, el Evangelio se dio al mundo para cambiar la historia y la vida de los hombres como la levadura transforma la pasta, toda la pasta. Y, tal como se ha podido constatar hasta el momento presente, el mundo empieza a cambiar cuando cambia el corazón del hombre. El Evangelio cambia el corazón de los hombres, que se convierten en el fermento nuevo que humaniza la vida de las ciudades donde viven. Lo vieron los orfebres de Éfeso, acostumbrados como estaban a hacer negocio con las estatuas para el famosísimo templo de Artemisa. Cuando Pablo logra convencer a muchos de que abandonen aquellas supersticiones para dirigirse a Dios directamente, los orfebres se dan cuenta de que perderían su negocio. Además, la fe no está destinada a quedarse recluida en su círculo o únicamente en la esfera privada. La fe cristiana tiene una esencial dimensión social. Y precisamente el reflejo que la fe de los nuevos cristianos tenía en la vida social de Éfeso hace que los orfebres organicen una gran manifestación contra Pablo. No querían perder su negocio por nada. Convertir el dinero y el beneficio en objetivos de la vida esclaviza a los hombres, que no soportan que la predicación libere el corazón. Además, Jesús había dicho bien claramente en varias ocasiones que la felicidad, el sentido de la vida, no consiste en acumular riquezas sino en vivir el amor y comunicarlo por todas partes.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.