ORACIÓN CADA DÍA

Recuerdo de todos aquellos que se han dormido en el Señor
Palabra de dios todos los dias

Recuerdo de todos aquellos que se han dormido en el Señor

Recuerdo de todos aquellos que se han dormido en el Señor. Recordamos en particular a aquellos difuntos que no son recordados por nadie y a todos aquellos que llevamos en nuestro corazón.
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Libretto DEL GIORNO
Recuerdo de todos aquellos que se han dormido en el Señor
Jueves 2 de noviembre

Homilía

El apóstol Pablo nos invita a mirar el futuro reservado para los hijos de Dios: «vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido un espíritu de hijos... Y, si somos hijos, también somos herederos», escribe a los romanos. Y añade: «Soy consciente de que los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que se ha de manifestar en nosotros». El recuerdo que hacemos hoy abre ante nuestros ojos un resquicio de esta «gloria» futura. Para los que estamos aquí, esta gloria deberá venir; sin embargo, para los muertos que han creído en el Señor, ya ha sido revelada. Ellos habitan en aquel monte alto donde el Señor ha preparado un banquete para todos los pueblos. Y en aquel monte les han rasgado «el velo que oculta» el rostro, es decir, la indiferencia que hace que nos cerremos en nosotros mismos, y por eso sus ojos contemplan el rostro de Dios. Sí, ninguno de ellos derrama ya lágrimas de tristeza. Y si en el cielo hay lágrimas, son lágrimas de una dulce y tierna conmoción sin fin. Hoy, con los ojos del corazón, vemos dónde están nuestros seres queridos y adónde iremos nosotros.
Es verdad que hay una separación entre nosotros y ellos. Pero también hay una fuerte unión. No es visible para los ojos del cuerpo, pero no por eso es menos real. Al contrario, es aún más firme porque no se basa en apariencias externas, que tan a menudo llevan a engaño, y todos lo hemos experimentado: ¿cuántas veces incluso los amigos más íntimos nos dejan solos con nuestros problemas? La comunión con nuestros difuntos se basa en el misterio del amor de Dios que reúne a todos y los sostiene a todos. La unión con nuestros difuntos se basa en la Liturgia del domingo, si se me permite. En la Liturgia construimos entre todos un vínculo indestructible. Y ese vínculo es el amor del Señor. Ese amor es la sustancia de la vida. Todo pasa, incluso la fe y la esperanza, pero el amor no pasa.
Eso es lo que nos dice el Señor Jesús en el pasaje evangélico que hemos escuchado. Sí, lo único que cuenta en la vida es el amor; lo único que queda de todo lo que hemos dicho y hecho, pensado y programado, es el amor. Y el amor siempre es grande; aunque se manifieste en gestos pequeños como un vaso de agua, un trozo de pan, una visita, una palabra de consuelo o una mano que estrecha otra mano. El amor es grande, es fuerte, es irresistible porque siempre es una chispa de Dios que prende y salva la tierra. Bienaventurados seremos nosotros si seguimos las palabras del Evangelio que hemos escuchado. Al término de nuestros días oiremos: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo», y nuestra alegría será completa.
Hoy estas palabras se dirigen también a nosotros. Y nos unen con aquellos que ya están en el cielo. Es más, diría que el cielo empieza cada vez que se produce el amor, cada vez que un pobre es ayudado. Sí, el cielo, al igual que el infierno, empiezan ya en la tierra. Nosotros empezamos a construir el infierno o el paraíso. Los ladrillos que construyen el Paraíso –los únicos que resisten la destrucción de la muerte– son los gestos de amor y de misericordia: es aquel vaso de agua, aquel trozo de pan, aquella visita a quien está enfermo o en la cárcel, aquella palabra buena dicha a quien está triste, aquella mano tendida a quien lo necesita, aquella sonrisa a quien está cansado. A nuestros ojos estos gestos parecen pequeños e insignificantes; a ojos de Dios son eternos. Sí, el amor siempre es más fuerte que la muerte. Amémonos unos a otros y el Paraíso empezará ya en esta tierra.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.