ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de san León Magno (+461), obispo de Roma, que guio la Iglesia en tiempos difíciles.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 10 de noviembre

Recuerdo de san León Magno (+461), obispo de Roma, que guio la Iglesia en tiempos difíciles.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 21,27-36

Cuando estaban ya para cumplirse los siete días, los judíos venidos de Asia le vieron en el Templo, revolvieron a todo el pueblo, le echaron mano y se pusieron a gritar: «¡Auxilio, hombres de Israel! Este es el hombre que va enseñando a todos por todas partes contra el pueblo, contra la Ley y contra este Lugar; y hasta ha llegado a introducir a unos griegos en el Templo, profanando este Lugar Santo.» Pues habían visto anteriormente con él en la ciudad a Trofimo, de Éfeso, a quien creían que Pablo había introducido en el Templo. Toda la ciudad se alborotó y la gente concurrió de todas partes. Se apoderaron de Pablo y lo arrastraron fuera del Templo; inmediatamente cerraron las puertas. Intentaban darle muerte, cuando subieron a decir al tribuno de la cohorte: «Toda Jerusalén está revuelta.» Inmediatamente tomó consigo soldados y centuriones y bajó corriendo hacia ellos; y ellos al ver al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo. Entonces el tribuno se acercó, le prendió y mandó que le atasen con dos cadenas; y empezó a preguntar quién era y qué había hecho. Pero entre la gente unos gritaban una cosa y otros otra. Como no pudiese sacar nada en claro a causa del alboroto, mandó que le llevasen al cuartel. Cuando llegó a las escaleras, tuvo que ser llevado a hombros por los soldados a causa de la violencia de la gente; pues toda la multitud le iba siguiendo y gritando: «¡Mátale!»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aquellos días se celebraba la fiesta judía de Pentecostés y Jerusalén estaba llena de judíos de la diáspora. Pablo fue al templo con los cuatro pobres por los que debía dar la cantidad prevista. Pero los judíos llegados de Asia lo reconocieron, lo detuvieron y lo arrastraron fuera del «patio de Israel». La acusación que le atribuyen es manifiestamente infundada. Pero toda la ciudad se alborota y muchos acuden al templo para linchar al apóstol. La pronta intervención de los soldados romanos que vigilaban la Torre Antonia lo salva en el último momento. Los gritos de la gente se parecen a los que se oyeron durante el proceso de Jesús: «¡Mátalo!». El tribuno lo salva del linchamiento, pero lo encarcela. Desde aquel momento hasta el final del libro, su vida será la de un preso. Pablo saldrá encadenado de Jerusalén y con cadenas llegará a Roma, la capital del Imperio. Estaba encadenado en el cuerpo, pero no en el corazón. La fe en Jesús era para Pablo una libertad interior mucho más firme y más fuerte que las cadenas: «Por amor de Cristo he despreciado lo que antes me parecía precioso. Sí, yo considero realmente carente de valor cualquier cosa, si la comparo con el conocimiento de Jesucristo». Es para nosotros una invitación a liberarnos de las cadenas que bloquean nuestro corazón más que nuestras manos para unirnos a Jesús y a su amor por todos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.