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Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de la dedicación de la basílica romana de Santa Maria in Trastevere. En esta iglesia reza cada tarde la Comunidad de Sant'Egidio.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 15 de noviembre

Recuerdo de la dedicación de la basílica romana de Santa Maria in Trastevere. En esta iglesia reza cada tarde la Comunidad de Sant'Egidio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 23,12-22

Al amanecer, los judíos se confabularon y se comprometieron bajo anatema a no comer ni beber hasta que hubieran matado a Pablo. Eran más de cuarenta los comprometidos en esta conjuración. Estos, pues, se presentaron a los sumos sacerdotes y a los ancianos y le dijeron: «Bajo anatema nos hemos comprometido a no probar cosa alguna hasta que no hayamos dado muerte a Pablo. Vosotros por vuestra parte, de acuerdo con el Sanedrín, indicad al tribuno que os lo baje donde vosotros, como si quisierais examinar más a fondo su caso; nosotros estamos dispuestos a matarle antes de que llegue.» El hijo de la hermana de Pablo se enteró de la celada. Se presentó en el cuartel, entró y se lo contó a Pablo. Pablo llamó a uno de los centuriones y le dijo: «Lleva a este joven donde el tribuno, pues tiene algo que contarle.» El tomó y le presentó al tribuno diciéndole: «Pablo, el preso, me llamó y me rogó que te trajese este joven que tiene algo que decirte.» El tribuno le tomó de la mano, le llevó aparte y le preguntó: «¿Qué es lo que tienes que contarme?» - «Los judíos, contestó, se han concertado para pedirte que mañana bajes a Pablo al Sanedrín con el pretexto de hacer una indagación más a fondo sobre él. Pero tú no les hagas caso, pues le preparan una celada más de cuarenta hombres de entre ellos, que se han comprometido bajo anatema a no comer ni beber hasta haberle dado muerte; y ahora están preparados, esperando tu asentimiento.» El tribuno despidió al muchacho dándole esta recomendación: «No digas a nadie que me has denunciado estas cosas.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El día que empieza es el que sigue a la visión nocturna. El apóstol sabe adónde lo llevarán, pero más que por los guardias, por su Señor. El autor alude a una conjura organizada por los judíos derrotados, que se obligan bajo anatema a no comer ni beber hasta haber matado a Pablo (21, 31). El grupo de personas comprometidas con la conjuración se presentan «a los sumos sacerdotes y a los ancianos» para exponerles su plan, que requiere una intervención de estos ante el tribuno para que les permita juzgar al preso y obtener una clara conclusión en el juicio. Están decididos a dar muerte a Pablo antes de que empiece el juicio. Pero un sobrino de Pablo, hijo de una hermana casada de Jerusalén, tiene noticias del atentado y así se lo comunica a su tío en la cárcel. El tribuno es informado directamente por este sobrino de Pablo y considera ciertas las informaciones recibidas. Por eso decide poner a salvo al «preso» Pablo, mostrando así que es mucho más garantista de lo que lo fue Poncio Pilato con Jesús. Y ordena que Pablo sea llevado «a salvo» al procurador Félix de Cesarea protegido por una escolta militar de extraordinaria consistencia. Para el apóstol se hace realidad lo que él mismo escribe en la carta a los Romanos: «En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (8,28), mostrando así un profundo sentido espiritual de la paterna solicitud del Señor por sus hijos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.