ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 16 de noviembre

Salmo responsorial

Psaume 93 (94)

¡Dios de las venganzas, Yahveh,
Dios de las venganzas, aparece!

¡Levántate, juez de la tierra,
da su merecido a los soberbios!

¿Hasta cuándo los impíos, Yahveh,
hasta cuándo triunfarán los impíos?

Cacarean, dicen insolencias,
se pavonean todos los agentes de mal.

A tu pueblo, Yahveh, aplastan,
a tu heredad humillan.

Matan al forastero y a la viuda,
asesinan al huérfano.

Y dicen: "No lo ve Yahveh,
el Dios de Jacob no se da cuenta."

¡Comprended, estúpidos del pueblo!,
insensatos, ¿cuándo vais a ser cuerdos?

El que plantó la oreja, ¿no va a oír?
El que formó los ojos, ¿no ha de ver?

El que corrige a las naciones, ¿no ha de castigar?
El que el saber al hombre enseña,

Yahveh, conoce los pensamientos del hombre,
que no son más que un soplo.

Dichoso el hombre a quien corriges tú, Yahveh,
a quien instruyes por tu ley,

para darle descanso en los días de desgracia,
mientras se cava para el impío la fosa.

Pues Yahveh no dejará a su pueblo,
no abandonará a su heredad;

sino que el juicio volverá a la justicia,
y en pos de ella todos los de recto corazón.

¿Quién se alzará por mí contra los malvados?
¿quién estará por mí contra los agentes de mal?

Si Yahveh no viniese en mi ayuda,
bien presto mi alma moraría en el silencio.

Cuando digo: "Vacila mi pie",
tu amor, Yahveh, me sostiene;

en el colmo de mis cuitas interiores,
tus consuelos recrean mi alma.

¿Eres aliado tú de un tribunal de perdición,
que erige en ley la tiranía?

Se atropella la vida del justo,
la sangre inocente se condena.

Mas Yahveh es para mí una ciudadela,
mi Dios la roca de mi amparo;

él hará recaer sobre ellos su maldad,
los aniquilará por su malicia,
Yahveh, nuestro Dios, los aniquilará.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.