ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 16 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 23,23-35

Después llamó a dos centuriones y les dijo: «Tened preparados para la tercera hora de la noche doscientos soldados, para ir a Cesarea, setenta de caballería y doscientos lanceros. Preparad también cabalgaduras para que monte Pablo; y llevadlo a salvo al procurador Félix.» Y escribió una carta en estos términos: «Claudio Lisias saluda al excelentísimo procurador Félix.» Este hombre había sido apresado por los judíos y estaban a punto de matarlo cuando, al saber que era romano, acudí yo con la tropa y le libré de sus manos. Queriendo averiguar el crimen de que le acusaban, le bajé a su Sanedrín. Y hallé que le acusaban sobre cuestiones de su Ley, pero que no tenía ningún cargo digno de muerte o de prisión. Pero habiéndome llegado el aviso de que se preparaba una celada contra este hombre, al punto te lo he mandado y he informado además a sus acusadores que formulen sus quejas contra él ante ti.» Los soldados, conforme a lo que se les había ordenado, tomaron a Pablo y lo condujeron de noche a Antipátrida; a la mañana siguiente dejaron que los de caballería se fueran con él y ellos se volvieron al cuartel. Al llegar aquéllos a Cesarea, entregaron la carta al procurador y le presentaron también a Pablo. Habiéndola leído, preguntó de qué provincia era y, al saber que era de Cilicia, le dijo: «Te oiré cuando estén también presentes tus acusadores.» Y mandó custodiarle en el pretorio de Herodes.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El tribuno romano, ante las noticias del complot contra Pablo, reacciona inmediatamente según la ley. Y ordena que un destacamento militar acompañe a Pablo a Cesarea. El tribuno está convencido de que Pablo es víctima de un complot, por lo que intenta arrebatarlo al grupo de judíos que quería condenarlo. Una vez más se repite, casi literalmente, lo que le había sucedido a Jesús. Sin embargo, esta vez Pablo es prisionero de los romanos. Y encadenado y escoltado por un numeroso grupo de soldados, emprende el camino que lo lleva hacia Roma. La indicación de los Hechos sobre la convicción que tienen los representantes de Roma sobre la inocencia de Pablo muestra una verdad más profunda: Pablo, más que prisionero de los romanos, es prisionero de Cristo. A través de esta extraña e injusta historia judicial, la predicación del Evangelio se dirige hacia Roma, corazón del Imperio. Se podría decir que el Señor guía la historia, misteriosamente, incluso a través de acontecimientos injustos. En Cesarea, el gobernador retiene a Pablo en el pretorio de Herodes mientras espera un nuevo juicio.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.