ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 28 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 28,11-16

Transcurridos tres meses nos hicimos a la mar en una nave alejandrina que había invernado en la isla y llevaba por enseña los Dióscuros. Arribamos a Siracusa y permanecimos allí tres días. Desde allí, costeando, llegamos a Regio. Al día siguiente se levantó el viento del sur, y al cabo de dos días llegamos a Pozzuoli. Encontramos allí hermanos y tuvimos el consuelo de permanecer con ellos siete días. Y así llegamos a Roma. Los hermanos, informados de nuestra llegada, salieron a nuestro encuentro hasta el Foro Apio y Tres Tabernas. Pablo, al verlos, dio gracias a Dios y cobró ánimos. Cuando entramos en Roma se le permitió a Pablo permanecer en casa particular con un soldado que le custodiara.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Al cabo de tres meses el grupo reanudó la ruta y llegó a Siracusa. Estuvo allí durante tres días y Pablo se encontró con la pequeña comunidad cristiana de aquella ciudad que existía desde hacía ya un tiempo. Siguieron hasta Regio y luego hasta Pozzuoli, donde el apóstol se encontró con otra pequeña comunidad. Desde allí se encaminaron hacia Roma, tal vez tomando la vía Apia. Aquí la narración asume tonos conmovedores: un grupo de cristianos de Roma, al conocer la llegada de Pablo, sale a su encuentro al Foro Apio (a unos 70 km de Roma) y otros hacen lo mismo en las Tres Tabernas, a 50 km de distancia. Pablo tal vez recordó en aquellos momentos las palabras que Jesús le había dicho en Jerusalén: «¡Ánimo!, pues del mismo modo que has hablado de mí en Jerusalén, deberás hacerlo en Roma» (23,11). Podemos imaginar la escena de la entrada en Roma, la capital del Imperio; Pablo, que entra como prisionero, a pesar de estar encadenado, según los Hechos, al ver a tantos hermanos se sintió consolado y dio gracias a Dios. Había soñado la llegada a la capital del Imperio, y había rezado para que se hiciera realidad, tal como escribe en la Epístola que dirige a los cristianos de Roma: «Pido a Dios que me dé la ocasión de venir a visitaros porque vuestra fe es alabada en todo el mundo». Desde Jerusalén, la ciudad de la resurrección, pasando por Atenas, la capital de la cultura, Pablo llega a Roma, corazón del Imperio, centro del mundo político de entonces. Los Hechos de los Apóstoles, estructurados entre estas dos ciudades, describen de algún modo el itinerario del Evangelio desde Jerusalén hasta Roma y, de allí, hasta el mundo entero.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.