ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

I de Adviento
Recuerdo de san Francisco Javier, jesuita del siglo XVI, misionero en India y Japón.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 3 de diciembre

Primera Lectura

Isaías 63,16-17.19; 64,2-7

Porque tú eres nuestro Padre,
que Abraham no nos conoce,
ni Israel nos recuerda.
Tú, Yahveh, eres nuestro Padre,
tu nombre es "El que nos rescata" desde siempre. ¿Por qué nos dejaste errar, Yahveh, fuera de tus caminos,
endurecerse nuestros corazones lejos de tu temor?
Vuélvete, por amor de tus siervos,
por las tribus de tu heredad. Somos desde antiguo gente a la que no gobiernas,
no se nos llama por tu nombre.
¡Ah si rompieses los cielos y descendieses
- ante tu faz los montes se derretirían, haciendo tú cosas terribles, inesperadas.
(Tú descendiste: ante tu faz, los montes se
derretirán.) Nunca se oyó.
No se oyó decir, ni se escuchó, ni ojo vio
a un Dios, sino a ti, que tal hiciese
para el que espera en él. Te haces encontradizo de quienes se alegran y practican justicia
y recuerdan tus caminos.
He aquí que estuviste enojado,
pero es que fuimos pecadores;
estamos para siempre en tu camino y nos salvaremos. Somos como impuros todos nosotros,
como paño inmundo todas nuestras obras justas.
Caímos como la hoja todos nosotros,
y nuestras culpas como el viento nos llevaron. No hay quien invoque tu nombre,
quien se despierte para asirse a ti.
Pues encubriste tu rostro de nosotros,
y nos dejaste a merced de nuestras culpas. Pues bien, Yahveh, tú eres nuestro Padre.
Nosotros la arcilla, y tú nuestro alfarero,
la hechura de tus manos todos nosotros.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.