ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 10 de diciembre

Homilía

"Comienzo del Evangelio de Jesús, el Cristo". Así se abre el Evangelio de Marcos que nos acompañará durante este año litúrgico. El Evangelio es la "buena noticia" de Jesucristo, y es un "nuevo inicio" para quienes lo escuchan. Por esto no se escucha el Evangelio de una vez por todas. Todos necesitamos escucharlo y volverlo a escuchar. Ninguna edad ni ninguna generación pueden prescindir de ello. Mientras lo escuchamos, el Evangelio renueva nuestra vida liberándola de las cadenas del presente y de la cárcel del mal.
Hay un futuro que debe llegar, y este Evangelio nos invita a prepararlo; de hecho, anuncia que "alguien" va a venir entre los hombres para darles la salvación. No hay tiempo para distraerse o para escuchar otras voces. Se corre el riesgo de perder esta ocasión propicia. Este comienzo del Evangelio, como Juan Bautista, abre el camino al Señor que se manifiesta a los hombres.
Ya Isaías profetizó para el pueblo de Israel un gran camino, abierto en el desierto, un camino largo, recto y llano que superará valles y montañas para subir hasta Jerusalén. Y el Señor, como el pastor del que habla el profeta, se pondrá delante de su pueblo conduciéndolo por ese camino. Podríamos decir que abrir el camino significa abrir el Evangelio, y recorrerlo significa leerlo, meditarlo y ponerlo en práctica. El "camino del Señor" ha llegado hasta nosotros; la salvación ha descendido a nuestra vida.
Esta convicción es la fuerza del Bautista. Él viste pobremente: lleva un hábito de piel de camello. Su austera sobriedad, tan lejana de tantas actitudes nuestras, subraya que él vive verdaderamente sólo del Señor y de su reino. Juan tiene prisa porque llegue pronto el futuro de Dios, y lo grita con fuerza. No se resigna a un mundo privado de esperanza. No se calla, protesta, es cortante con su palabra. Como toda predicación requiere, Juan habla al corazón de la gente: no quiere golpear los oídos, no le gusta correr detrás de vanos deseos, no propone verdades o ideas suyas. Obedeciendo al Espíritu del Señor, él desea que su palabra colme el vacío de los corazones, allane los montes de los egoísmos, abata los muros que separan, extirpe las raíces amargas que envenenan las relaciones y enderece los senderos torcidos por el odio, la maledicencia, la indiferencia y el orgullo.
Y Marcos lo advierte: "Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén" para ser bautizados, confesando cada uno sus pecados. La Santa Liturgia del Domingo, nuestras mismas iglesias, por pequeñas o grandes que sean, se convierten en el lugar donde estrecharnos alrededor del Bautista y de su predicación. Cuando la Palabra de Dios es anunciada y predicada, en ese momento se abre el camino del Señor. Dichosos nosotros si sabemos acogerlo y recorrerlo, porque sin duda nos conducirá al encuentro del Señor que viene.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.