ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de Nuestra Señora de Guadalupe, en México. Recuerdo de Filomena, anciana de Trastévere, en Roma, muerta en un asilo en 1976. Junto a ella recordamos a todos los ancianos, en especial a los que están solos y viven en asilos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 12 de diciembre

Recuerdo de Nuestra Señora de Guadalupe, en México. Recuerdo de Filomena, anciana de Trastévere, en Roma, muerta en un asilo en 1976. Junto a ella recordamos a todos los ancianos, en especial a los que están solos y viven en asilos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 18,12-14

¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las 99 no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús pronuncia estas palabras en un momento de polémica con los fariseos, que pretendían ser la guía del pueblo de Israel. Pero eran malos pastores. Su legalismo les llevaba a despreciar y a ser intolerantes con los débiles y los pecadores. Jesús se presenta como el buen pastor cuya primera tarea es la de ser misericordioso. Y narra la parábola de la oveja perdida: "¿Qué ocurre si una oveja se pierde?". La reacción espontánea del buen pastor es dejar todas las demás en el redil y ponerse a buscar la que se ha perdido hasta encontrarla. Jesús no entra en consideraciones acerca de la culpa de la oveja, solamente llama a la responsabilidad del pastor. El extravío de la oveja, incluso de una sola, no disminuye el cuidado del pastor hacia ella, es más, lo acrecienta. El evangelista añade que si la encuentra -desgraciadamente no siempre la búsqueda llega a buen término- "tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas". Jesús aclara que la voluntad del Padre es que ninguno se pierda. Es más, el Padre le ha enviado a la tierra precisamente para esto, para encontrar lo que se había perdido. ¡Qué diferencia frente al descuido que tenemos unos de otros! Contrariamente a nuestra indiferencia, el Señor cuida de cada uno a partir de los que se han extraviado. Podríamos decir que se hace mendigo de cada uno de nosotros. He aquí la calidad del amor que debe reinar en la vida de las comunidades cristianas; un amor que no conoce límites. Cada discípulo debe tener el mismo cuidado de Dios hacia cada hermano y hermana. De un amor como éste es de donde nace la alegría y la fiesta de la fraternidad. Escuchando este Evangelio no podemos no interrogarnos sobre la calidad del amor que tenemos entre nosotros y en nuestras comunidades cristianas. ¡Cuántos sufren o se alejan sin que nadie se haga cargo de ellos! Jesús, buen pastor, nos llama a la primacía del amor por los demás, sobre todo de los débiles y de quienes se dejan atropellar por el mal.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.