ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 13 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 11,28-30

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús tiene ante sus ojos esas multitudes de pobres compuestas de "pequeños", de los que no son considerados o incluso más, que son descartados porque se consideran un peso. En varias ocasiones los Evangelios subrayan la compasión de Jesús por estas multitudes. Y advierten con frecuencia que es Él mismo quien va a su encuentro. ¡Qué gran enseñanza también para nosotros! ¿Cómo no pensar en las innumerables multitudes de hoy, abandonadas a sí mismas y relegadas a los márgenes de la sociedad? Son multitudes de niños y jóvenes, de adultos y ancianos. Jesús se conmueve por ellos y todavía hoy les dirige las palabras de este Evangelio: "Venid a mí", les dice. Les ve gemir por la dureza de las pesadas condiciones en las que viven por los pesos que les imponen los poderes de turno. Aquí el Evangelio se refiere a los pesos que los fariseos les habían impuesto, ajenos a cualquier amor o misericordia. Sobre las espaldas de estos "pequeños" estas prescripciones pesaban como un yugo duro y calloso, similar al que los campesinos ponían sobre el cuello de los animales de tiro. La ley, dada para la salvación y la vida (Ez 20,13), se había transformado en una carga insoportable de minuciosas prescripciones que, de hecho, ninguno cumplía, ni siquiera los doctores de la ley. Jesús, conmovido por estas multitudes, ahora las llama hacia sí y les promete descanso. Es el descanso de quien ha venido para servir, para ayudar, para amar, para salvar y no para pensar en sí mismo y en su beneficio. Y frente al "yugo" de los fariseos, Jesús propone su "yugo" que es "suave y ligero". Es fácil llevarlo. No porque no sea exigente. Al contrario, Jesús propone un ideal elevado, predica un Evangelio que requiere radicalidad en las decisiones y dedicación total. Sin embargo, este "yugo" es ligero, porque es verdaderamente cercano al hombre, como él mismo está cerca de los hombres, de los pequeños y de los débiles. El Evangelio del amor es exigente, pero es un peso suave que salva. Jesús se pone a sí mismo como ejemplo: "aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón". El "yugo" de Jesús es él mismo y su Evangelio. No se trata de un peso externo que se coloca sobre nuestra espalda. El yugo es el Evangelio del amor que el Señor deposita en nuestro corazón. Juan, el discípulo del amor, en su primera carta puede escribir: "sus mandamientos no son pesados" (5, 3). El amor de Jesús es lo que salva y sostiene.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.