ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

III de Adviento
Recuerdo de Lázaro de Betania. Oración por todos los enfermos graves y por los moribundos. Recuerdo de los enfermos de sida.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 17 de diciembre

Homilía

"Estad siempre alegres". Con esta firme invitación del apóstol se abre la liturgia de este Domingo, llamado Gaudete, "Domingo de la alegría". La alegría es posible si, como hacen los niños, nos confiamos al que está a punto de venir. El Señor viene porque quiere salvarnos del pecado y darnos su misma alegría. Esta es la voluntad de Dios que está en la raíz del misterio de la Navidad. Pero a nosotros nos cuesta elegir vivir la alegría. Más bien estamos siempre dispuestos a secundar nuestros humores y nuestros instintos, con mucha frecuencia poco alegres, inclinados al lamento y alimentados de desconfianza. Estemos alegres, pero no por inconscientes, sino por la conciencia del Adviento de Dios. Es el Señor quien libra de la tristeza y expulsa del corazón las raíces de amargura.
"Con gozo me gozaré en el Señor, exulta mi alma en mi Dios, porque me ha revestido de ropas de salvación, en manto de justicia me ha envuelto", canta el profeta. No nos alegremos por nosotros mismos. Es más: probemos por nosotros el sentido de lo poco que somos y de la vanidad del mundo. Pero debemos alegrarnos porque hemos sido escogidos. El humilde sabe alegrarse. No así el rico, que quiere poseer la felicidad pero acaba persiguiendo sólo su propia tristeza. Tampoco se alegra el orgulloso: nunca está saciado porque no se deja amar y no se pliega a las razones del otro. Estemos alegres porque viene el perdón que desata de los lazos con el pecado. Podemos ser diferentes a como somos.
En un tiempo en el que son tan raros los profetas nos ponemos a la escucha del Bautista. Él es "voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor". Es sólo una voz, pero siente la responsabilidad de hablar. El apóstol Pablo se advertía a sí mismo: "¡Ay de mí si no predico el Evangelio!" (1 Co 9, 16). Antes que un realizador de obras, el creyente es una voz, un testigo. Esta es la verdadera fuerza del Bautista. Es una fuerza débil. Pero, sin embargo, es fuerte, tanto que muchos se agolpan alrededor de esa voz para acallarla. El Bautista, como todo el que comunica el Evangelio, no habla para atraer hacia sí la atención. Esa voz lleva más allá, hacia alguien más fuerte y poderoso.
Juan indica a Jesús: esta es su misión, su tarea. Y su fuerza es indicar la luz verdadera para que todos puedan verla. Por esto Juan no atrae la atención hacia sí, según un protagonismo tan prepotente como normal. Su voz evoca, indica a alguien que ya está "en medio de nosotros". Nuestra voz puede hacer florecer la vida en el desierto. Nosotros, personas normales y corrientes, estamos llamados a hacer que muchos que encontramos conozcan al que está en medio de los hombres. Débiles, somos fuertes. Tristes, estamos alegres. Porque el Señor viene, hace germinar la tierra, la convierte de nuevo en un jardín. ¡Ven pronto, Señor Jesús!

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.