Homilía de Mons. Lluís Martínez Sistach
Arzobispo Metropolitano de Barcelona

Basílica de los Santos Mártires Justo y Pastor, Sábado 18 de Febrero de 2006

Nos reunimos para celebrar con gozo la eucaristía dominical en esta entrañable iglesia parroquial de los Santos Justo y Pastor de nuestra histórica ciudad. En esta eucaristía conmemoramos el 38avo aniversario de la Comunidad de Sant'Egidio. Esta asociación de fieles está extendida hoy a más de veinte países del mundo y está bien presente en nuestra archidiócesis de Barcelona.

Nos unimos todos en la acción de gracias a Dios por el carisma que confirió a su fundador, el profesor Andrea Riccardi, y por el trabajo que los miembros de la Comunidad realizan en el seno de la Iglesia en el campo de la espiritualidad, de la atención a los pobres y del ecumenismo, y también en medio del mundo buscando la paz y luchando por el desarrollo material y espiritual de los pueblos. La historia de Sant'Egidio no es solo la historia del compromiso, si no principalmente de la oración, de la acogida de la Palabra de Dios, de la vida espiritual. La Palabra del Señor es abundante en las celebraciones y de esta abundancia nace la caridad, la fe es comunicada. De la riqueza de la fe surge un humanismo, la fe que se hace cultura, búsqueda y diálogo, reflexión: estas son manifestaciones de la vida de Sant'Egidio en todo el mundo.

El nacimiento de un movimiento laical, de una familia religiosa o de un grupo eclesial pone de relieve la presencia de Dios en medio de nuestras comunidades eclesiales y a la vez expresa el amor que El tiene a la Iglesia y al mundo suscitando y librando dones y carismas para que los miembros de la Iglesia se vayan entregando generosamente a dar respuesta a los retos y necesidades materiales y espirituales de nuestro tiempo.

La Palabra de Dios que hoy hemos escuchado es el norte que ha orientado y orienta las finalidades y las actuaciones que realiza toda comunidad parroquial y todo movimiento de Iglesia. Jesús, ante la fe de aquel paralítico y de los que lo llevaron delante del Señor, le concedió lo que era más importante y lo que miraba directamente a su misión: "Hijo, tus pecados te queden perdonados". El Hijo de Dios encarnado en las entrañas virginales de María ha venido al mundo para perdonar los pecados. Así lo anunció el ángel a San José: "Porque el hijo que espera es obra del Espíritu Santo. María tendrá un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados".
Ciertamente, la Iglesia existe para evangelizar y ésta es su misión esencial. Los cristianos hemos de evangelizar con el testimonio de la propia vida, pero esto no es suficiente; es necesario que también anunciemos explícitamente a Jesucristo, Dios y hombre, muerto y resucitado para nuestra salvación. Hoy el trabajo de este feliz y entusiasta anuncio de Jesús es urgente y muy necesario, delante de una situación y realidad que tenemos especialmente en muchos países de la Unión Europea de materialismo, indiferencia religiosa, laicismo y cierre a la trascendencia. La historia de Sant'Egidio ha sido también la historia de una evangelización de barrios de la periferia de las ciudades, de jóvenes y adultos, sin caer en la resignación, pensando que era inútil o secundario comunicar el Evangelio. Muchos miembros de la Comunidad son fruto de este trabajo de evangelización. Por ello, el trabajo que en este campo realiza la Comunidad de Sant'Egidio, bien unida a la que realizan las parroquias, movimientos e instituciones, contribuirá muy positivamente a dar la respuesta que el Señor desea de todos nosotros, miembros de la Iglesia. Esto se manifiesta y se realiza también en el seno de esta querida parroquia de los Santos Justo y Pastor, situada en el corazón histórico y social de la ciudad de Barcelona. La misión que tiene esta parroquia, como todas las demás, es ir repitiendo las palabras de Jesús que manifiestan y realizan su misericordia, su amor y su perdón. Sed siempre una comunidad parroquial acogedora, evangelizadora y bien unida al arciprestado, como expresión y realidad de la espiritualidad de comunión.

Delante de los pensamientos de aquellos maestros de la Ley que oyeron aquellas palabras de Jesús, el Señor le dijo: "¿Por qué pensáis así? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados quedan perdonados' o decirle: 'Levántate, toma tu camilla y anda'?... " Y seguidamente dijo al paralítico: "A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".

La presencia de Jesús en medio de los enfermos en los pueblos y ciudades de Tierra Santa era constante e hizo una gran cantidad de curaciones, poniendo en relieve el amor del Señor. El Papa Benedicto XVI en su encíclica programática, riquísima de contenido doctrinal y pastoral, pone de relieve que Dios es amor y la armonía entre el amor a Dios y el amor a los hermanos, pues sabemos que amar a Dios y amar al prójimo son los dos mandamientos que resumen toda la revelación.

Cuando recibimos el perdón de nuestros pecados, nuestro espíritu y nuestro corazón se abren hacia Dios y hacia los hermanos, especialmente hacia los más pobres y necesitados. En la segunda parte de la encíclica del Papa ahora anunciada, expone como el amor que viene de Dios ha de manifestarse también como acto eclesial. Si es realmente verdad que la Iglesia es expresión del amor de Dios, del amor que Dios tiene hacia la criatura humana, tiene que ser también verdad que el acto fundamental de la fe genera un acto eclesial. La Iglesia, también como Iglesia, como comunidad y de una manera institucional, tiene que amar.

La Comunidad de Sant'Egidio como tal ha tenido siempre una presencia en el mundo de la pobreza, de la soledad, de la enfermedad, de la violencia y de los conflictos bélicos, especialmente en países de África. Pienso en vuestra lucha contra la SIDA, atendiendo unos veinte mil enfermos en el continente africano. Este espíritu y este trabajo enriquecen también nuestra Iglesia archidiocesana.

La comunión y la unión entre todos los cristianos y realidad eclesiales hacen latente la presencia de Jesús, que perdona los pecados y cura y consuela a los hombres y mujeres de hoy, los cuales, como aquellos hombres y mujeres que estuvieron presentes en la escena del Evangelio que hemos escuchado, pueden decir también: "Nunca habíamos visto nada semejante", y todos glorificaban a Dios.