Pienso especialmente en Nigeria, donde no cesa la violencia que sufre indiscriminadamente la población, y crece cada vez más el trágico fenómeno de los secuestros de personas, a menudo jóvenes raptadas para ser objeto de trata. ¡Es un tráfico execrable que no puede continuar! Una plaga que hay que arrancar y que afecta a todos, desde las familias a la comunidad mundial (cf. Discurso a los nuevos Embajadores acreditados ante la Santa Sede).
Sigo también con preocupación los no pocos conflictos de carácter civil que afectan a otras partes de África, como Libia, devastada por una larga guerra intestina que causa incontables sufrimientos entre la población y tiene graves repercusiones en el delicado equilibrio de la Región. Pienso en la dramática situación de la República Centroafricana, en la que constatamos con dolor cómo la buena voluntad que ha animado los trabajos de quienes quieren construir un futuro de paz, seguridad y prosperidad, encuentra resistencias e intereses egoístas de parte que ponen en peligro las expectativas de un pueblo que ha sufrido tanto y desea construir libremente su futuro. Particularmente preocupante es también la situación de Sudán del Sur y algunas regiones de Sudán, del Cuerno de África y de la República Democrática del Congo, donde no deja de aumentar el número de víctimas entre la población civil, y miles de personas, muchas de ellas mujeres y niños, se ven obligadas a huir y a vivir en condiciones de extrema necesidad. A este respecto, espero que los gobiernos y la comunidad internacional lleguen a un compromiso común para que se ponga fin a todo tipo de lucha, de odio y de violencia y se apueste por la reconciliación, la paz y la defensa de la dignidad transcendente de la persona.
Del discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado en la Santa Sede, 12 de enero de 2015 |