Es un gran desafío: nunca dejar que el mal tenga la última palabra. Es la esperanza, lo sabéis bien, ese gran patrimonio, ese «resorte del alma», tan valioso, pero también expuesto a asaltos y robos.
Lo sabemos, quien sigue voluntariamente la senda del mal roba un trozo de esperanza, gana alguna cosa pero roba esperanza a sí mismo, a los demás y a la sociedad. La senda del mal es un camino que siempre roba esperanza, la roba también a la gente honesta y trabajadora, e incluso a la buena fama de la ciudad, a su economía.
Del discurso en Scampia, Visita pastoral a Nápoles, 21 de marzo de 2015 |