Paolo Ricca: la pena de muerte es un homicidio de Estado, la Biblia demuestra que Dios es el primer "abolicionista"

Predicación del pastor evangelista en la oración de Sant'Egidio en Santa Maria in Trastevere el 22 de febrero de 2016

Predicación del pastor valdés Paolo Ricca en la oración de la Comunidad de Sant'Egidio.
Santa Maria in Trastevere, 22 de febrero de 2016.

Gn, 4, 13-15
Mt, 5, 21-24

Queridos hermanos y hermanas,

hoy, aquí en Sant'Egidio, ha tenido lugar un congreso para la abolición de la pena de muerte y mi amigo Paolo Sassi me ha pedido que dedique esta breve reflexión bíblica al tema de la pena de muerte y de su abolición. Por eso he elegido los dos pasajes que hemos leído, pasajes muy conocidos, y tan claros que no necesitan explicación.

Lo que habría que explicar no son estos dos pasajes, que hablan por sí solos. Lo que habría que explicar es por qué, ante palabras tan claras, tan inequívocas, países de tradición cristiana (que conocen, leen y enseñan las Sagradas Escrituras y enseñan precisamente también estos pasajes que hemos leído) continúan manteniendo y practicando –aunque cada vez en menor medida, gracias a Dios– la pena de muerte.

Habría que explicar no estos textos, tan claros, tan nítidos, tan inequívocos, sino por qué países que se consideran civilizados continúan cometiendo este acto de pura barbarie.
Habría que explicar por qué los Estados –que castigan el homicidio duramente, como debe ser– cometen ellos mismos lo que es un homicidio de Estado. La  pena de muerte es un homicidio de Estado.

Pero veamos estos dos textos. De entre todas las palabras que hay en la Biblia, el primer texto contiene la que podemos considerar la palabra decisiva contra la pena de muerte. Dios –hemos leído– "puso una señal a Caín para que nadie que lo encontrase lo atacara". Dios es el primero que "abole" la pena de muerte.
Aún más: no se trata de abolir la pena de muerte, sino de impedir que exista la pena de muerte, que se instituya. Es decir, según este pasaje, el asesino –Caín, fratricida– tiene en alguna parte una señal que le ha puesto Dios. A este hombre no hay que matarle. Según este pasaje, la pena de muerte no debería haberse instituido jamás.
Ojalá los hombres, la humanidad en su conjunto, personas y Estados, hubieran tomado en serio esta señal que Dios puso a Caín...

Pero ¿qué es esta señal? Como sabéis, probablemente, se ha dado una cantidad casi incalculable de interpretaciones de la señal; pero creo que la más simple de las interpretaciones es esta: la señal que Dios pone a Caín es una señal de pertenencia. Es como si Dios dijera: "Caín me pertenece a mí, no te pertenece a ti".
Tanto si tú eres una persona que alberga sentimientos de venganza contra este asesino, como si quieres hacérselo pagar, o darle su merecido, "ojo por ojo, diente por diente"; tanto si eres una persona como si eres la sociedad, que se quiere defender y que quiere castigar para dar una lección para que otros no hagan como Caín: sea cual sea la situación, lo que aquí está claro es la señal, una señal de pertenencia. Dios dice: "Caín es mío, no tuyo. De Caín me ocupo yo, tú no tienes que preocuparte".
Y, tal como habéis oído, no es quee Dios perdone a Caín. Al contrario: lo condena. "Errante serás en la tierra". Siempre huirás, intentarás huir de ti mismo; intentarás huir del delito que has cometido; el fantasma de tu hermano Abel te acompañará en esta huida imposible. No tendrás paz.

Todavía no había venido Jesús, que murió también por Caín y por todos los Caínes de la historia humana.
Caín no tendrá paz, porque ningún asesino puede tener jamás paz si no conoce a Jesús. Caín no podía conocer a Jesús.
Por tanto, no es que Dios tratara a Caín como si no hubiera pasado nada, no. Caín lleva el peso de su delito, pero vive. Vive. No puede ser asesinado porque Dios lo "secuestra", por decirlo de algún modo, le pone la señal de pertenencia a Dios. Y esta señal de Dios sobre Caín impide la pena de muerte: en ese sentido, Dios es el primer "abolicionista".

La segunda palabra, la de Jesús, va más allá de la señal de Caín. ¿En qué sentido? En el sentido de que Jesús dice, prácticamente: "Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás". Pues yo os digo que hay muchas maneras de matar. Puedes matar incluso con una palabra. "Las palabras son piedras", decía Carlo Levi. Pero las palabras son también puñales. Realmente puedes matar con una palabra. Hay muchas maneras de matar, dice Jesús. Es decir, la muerte se puede disfrazar de muchas maneras: como una palabra, como decía, pero también de muchas otras maneras.
Si, por ejemplo, aboles la pena de muerte pero continúas produciendo armas, tú continúas produciendo muerte, porque las armas matan incluso cuando no trabajan: matan cuando las fabrican, cuando se construyen.
Si tú aboles la pena de muerte pero consideras divinas, sagradas, las leyes del mercado, tú produces muerte, con las leyes: muchas leyes son asesinas, son mortales.

Esa es la grandeza de la palabra de Jesús, que nos hace entender que hay muchos modos de matar. Y al haber muchos modos de matar, la abolición de la pena de muerte –sacrosanta como es– no puede ser más que el primer paso hacia la que constituye el núcleo de la cuestión, es decir, la abolición de la muerte. ¡Tenemos que pasar de la abolición de la pena de muerte a la abolición de la muerte! No hablo de la muerte natural: también Jesús sufrió esa muerte. Hablo más bien de las mil formas de muerte que se difunden en nuestro mundo actual. Siempre ha pasado, pero parece que ahora pase más.

Por tanto, a partir de la abolición de la pena de muerte, tenemos que "programar", por decirlo de algún modo, la abolición de la muerte en los mil modos en los que se manifiesta; y que el "programa de Jesús", por decirlo así, sea ir más allá de la señal de Caín y fomentar no solo la abolición de la pena de muerte: que ese es el programa de Jesús nos lo revela su resurrección, que es, precisamente, el contenido último y pleno del Evangelio cristiano y que es la abolición de la muerte. Amén.