Alepo muere, pero en la guerra descubrimos la solidaridad. Homilía del arzobispo armenio Boutros Marayati

Llamamiento para no olvidar Alepo y los cristianos de Siria, en la homilía del arzobispo armenio católico de Alepo, Boutros Marayati, que el sábado por la tarde participó en la liturgia que se celebró en la basílica de Santa Maria in Trastevere

Queridísimos hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!
La Iglesia armenia ha proclamado este año 2016 como año del servicio. Servir, como Cristo dijo: he venido a servir, no para ser servido. Y también dijo: “El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor". Este tema, elegido por la iglesia armenia, está en sintonía con el tema elegido por el papa Francisco: "El Jubileo de la Misericordia". Servicio y misericordia van de la mano.  No existe un verdadero servicio cristiano sin el espíritu de la misericordia y no existe una misericordia abstracta sin un servicio concret
o.

La Comunidad de Sant'Egidio conoce bien estas dos realidades: el servicio y la misericordia. Ese es el origen de la Comunidad, que continúa, sobre todo por el bien de los pobres. Querría daros las gracias a todos vosotros y a toda la Comunidad por vuestro apoyo a nuestra ciudad de Alepo martirizada. Y doy las gracias sobre todo a Andrea Riccardi por su último llamamiento, o más bien grito: "Alepo está muriendo, salvemos Alepo"”.

Realmente estamos muriendo. Nuestra gente vive como un pequeño resto y muchos huyen, se van a fuera y las primeras víctimas son los niños. Todos nosotros nos hemos convertido en refugiados en nuestras casas, sin agua, sin luz, sin medicamentos, sin nada. No es vivir sino sobrevivir.

Pero a pesar de todo, con esta guerra civil –sucia, porque hay muchos intereses internacionales–, con esta muerte, esta sangre, hay algo bueno que estamos viviendo. Hay tres cosas que nos han sorprendido y que nos continúan a continuar y a estar con nuestra gente.

La primera es que estamos viviendo un tiempo fuerte, de fer, de esperanza y de paciencia. Nuestra gente ora, ora. Las iglesias están llenas. Y Cristo dijo: hay un tipo de mal que solo se vence con la oración y el ayuno. Por eso estas cosas son muy positivas y nosotros oramos como hemos orado hoy con el salmo: el Señor, él es nuestra luz, él es nuestra salvación.
Ya no tenemos mucha confianza pero sí confiamos en que Dios vendrá a ayudarnos
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La segunda cosa positiva que hemos visto con esta guerra civil es el espíritu ecuménico. La colaboración entre nosotros –los católicos–, los ortodoxos y los protestantes. Alepo ha sido siempre una ciudad ecuménica, pero durante esta guerra hemos sentido la necesidad de estar juntos, de trabajar juntos. El Santo Padre habla de ecumenismo de la sangre, es decir, los mártires son para todos los cristianos y no hay diferencia entre católicos, ortodoxo o protestante. También en la realidad existe el ecumenismo del servicio, la diaconía. En Alepo, sobre todo ahora, hacemos el servicio juntos, todas las iglesias. Nosotros –los armenios–, los ortodoxos, los católicos y los protestantes cada semana nos reunimos para organizar este servicio, esta diaconía a nuestra gente y a todo.

La tercera cosa muy importante que hemos aprendido durante esta guerra es el sentido de solidaridad. Solidaridad no solo entre nosotros, los cristianos, ecumenismo, sino solidaridad con todos los demás, también con los musulmanes, solidaridad entre vecinos de casa, solidaridad entre parientes, entre mayores y pequeños, entre ricos y pobres. En Alepo se ha creado una gran solidaridad, y diría que es gracias a esta guerra civil. Lo que más me emociona es ver que mucha gente, muchos fieles que antes venían para ayudar  la Iglesia y contribuir a la beneficencia parroquial, hoy se ven obligados a venir a pedir ayuda. Nos hemos convertido en un pueblo de mendigos, vivimos de las limosnas de los demás. Somos refugiados en nuestras casas y es muy, muy difícil ver a una persona que estaba bien y ahora se ha quedado sin nada, que hace cola esperando su turno para recoger agua, para recoger leche, para recoger dinero y alimentos. Es muy difícil. Nuestro arzobispado se ha convertido en un lugar de acogida. Todas las iglesias han abierto sus puertas para acoger a la gente. 

Hace tres semanas vino una señora para pedirme ayuda. Era una pobre mujer, y sabéis que si no das algo a un pobre es un problema, un problema de conciencia, pero si le das algo tienes que estar atento porque seguro que vuelve al día siguiente. Los pobres son insistentes, lo quieren todo. Son pobres, sí, pero a veces también son egoístas. Después de coger lo que le di, la señora volvió al cabo de dos días para pedir ayuda para poderse hacer unos análisis que necesitaba para una operación. Dos días más tarde vuelve para pedir dinero para medicamentos. Pasan dos días más y vuelve a verme por cuarta vez. Entonces me dije: hay más gente que también necesita. ¡Basta! Quería decirle que se fuera para que ocupara su lugar otras personas también necesitadas, quizás más que ella, pero me dije: bueno, la recibiré por última vez. La señora viene adonde estoy con un paquete en las manos y me dice: padre, esto son bufandas, bufandas de lana para las familias que están más necesitadas que yo. Por favor, dé estas bufandas a los niños, para el invierno.

Queridísimos hermanos, gracias a Dios podemos aprender muchos de los pobres, que son pobres quizás solo de dinero, de recursos, pero tienen una alma rica. Un espíritu bendito por Dios. Os pido vuestro apoyo, vuestra oración, sobre todo en estos días porque queremos vivir y quedarnos en nuestra tierra. No dejaremos a nuestro pueblo. Todos oramos por el fin de la guerra, por el alto el fuego y por la paz. Gracias a ti, Señor, porque estás con nosotros y desde el cielo nos bendices. ¡Amén!