La pequeña ciudad de Kot Addu, en el sur de Pakistán, ha sido una de las zonas más devastadas por el río Indo. No le ha sido fácil al convoy de transporte de ayuda de la Comunidad de Sant’Egidio llegar hasta allí: el viaje desde Lahore duró más de doce horas por caminos polvorientos y maltrechos de la llanura.
Pero no podíamos abandonar aquella área tan remota en la que viven también hindúes, una pequeña minoría en el gran Estado musulmán. Sus condiciones de vida eran ya miserables antes de las inundaciones, a causa del poco desarrollo de la zona y de las discriminaciones.
Ahora la gente está volviendo a los terrenos en los que vivía antes de las inundaciones, pero solo ha encontrado las pobres casas destruidas y una tierra desolada. Algunos explican que, para salvarse, huyeron sin nada, incluso descalzos. No es difícil creerlo, cuando se ven a tantos niños haciendo juguetes con barro y paja, en medio de las ruinas de la ciudad.
Arooj, una niña de 9 años, tiene fiebre, pero tiene que ocuparse de sus hermanas pequeñas, porque se han quedado solas mientras su mamá ha ido en búsqueda de agua potable y algo para comer.
Ella es una de las primeras que sonríe y da las gracias, cuando recibe una carpeta con los cuadernos, los colores e incluso algunos juguetes. Nunca los había tenido tan hermosos. El reparto se hizo a casi 1.000 personas, la mayoría niños. Los paquetes de leche, las mosquiteras y los medicamentos permitirán salvar sus vidas y superar la emergencia. Mientras tanto, no para el trabajo de los voluntarios de la Comunidad para continuar recogiendo y repartiendo nuevas ayudas.
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