El Papa Francisco, los refugiados y los corredores humanitarios

El cuarto año del pontificado de Papa Francisco es la oportunidad de poner en relieve algunos de los puntos más destacados de su magisterio. Su atención, su preocupación paterna y afectuosa hacia los más pobres, hacia los que se consideran “la cultura del descarte”, contrasta con la actitud distraída de quien pasa indiferente junto a ellos.

La acción pastoral de Papa Francisco en estos años ha sido la de sacudir el sopor y el desinterés de sociedades muchas veces replegadas en ellas mismas, donde la cultura del yo prevalece sobre la construcción del bien común. Él se ha encaminado hacia esta orientación desde el comienzo de su pontificado, con su primer viaje a una periferia, la isla de Lampedusa, símbolo de la muerte de muchos emigrantes y refugiados, que huyen de las guerras.

Allí, después de la enésima tragedia del hundimiento de una barca con más de 700 emigrantes, mientras agradecía por la generosidad y la hospitalidad casi heroica de los isleños, el pontífice ha amonestado a las sociedades ricas contra el cierre de de las fronteras, la construcción de muros, expresándose del siguiente modo: “la cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles a los clamores de los otros, nos hace vivir en una burbuja de jabón, que son lindas, pero no son nada, son la ilusión fugaz, de lo provisorio, que lleva a la indiferencia hacia los otros, es más, lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no nos compete, no nos interesa, no es nuestro asunto!”.

Cuán actuales son estas palabras de Papa Francisco y podemos afirmar que justamente a raíz de esas expresiones, ha madurado la feliz experiencia de los “corredores humanitarios”. Una respuesta “ecuménica”, como también ha aclarado Papa Francisco en un Ángelus, porque está promovida y organizada por varias iglesias cristianas: la Mesa Valdense y la Federación de las Iglesias Evangélicas en Italia, junto a la Comunidad de Sant’Egidio. Esta fórmula, que ha iniciado un año atrás, en febrero del 2016, ya ha trasladado en forma segura, a través de viajes aéreos y visas humanitarias, a 700 refugiados provenientes en su mayoría de Siria, de las ciudades bombardeadas y destruidas como Alepo, Homs.

Pero estas acciones se remontan aun más atrás en el tiempo, con el pedido de Francisco a las parroquias, asociaciones y familias de la diócesis de Roma, para recibir haciendo un lugar en sus hogares, a familias de refugiados. Ya en su viaje a la Isla de Lesbos, el Papa quiso tomar la iniciativa y llevar en su mismo avión a un grupo de familias musulmanas que escapaban de la guerra y residían en campos de refugiados del Líbano.

La selección no fue fácil dado las estrictas condiciones para el ingreso y después de un arduo trabajo, se logró el objetivo para 12 familias. Así el Vaticano se hizo cargo de la hospitalidad y la Comunidad de Sant’Egidio, dado su carisma y trabajo de muchos años, se ocupó de la integración de ellos con la enseñanza del idioma, con la ayuda para facilitar los trámites necesarios como convalidación de títulos y con los aspectos inherentes a la salud, entre otras cosas. Esta integración es un recorrido complejo y articulado, como ha afirmado recientemente el mismo Papa Francisco. Hay que considerar la necesidad de un acompañamiento humano y fraterno, una inteligente distribución de los refugiados en el territorio.

Marco Gallo. Comunidad de Sant'Egidio


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