Corredores de paz

Hay tragedias en las que los números lo dicen todo. Según la Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados, en lo que va de año arribaron a las costas europeas, huyendo a través del Mediterráneo de guerras y otras miserias, 130.133 personas. También estima que 2.442 se ahogaron en el intento. Las cifras de años anteriores son aún más abultadas: en el 2016, llegaron 362.753 personas, y se cree que los ahogados fueron 5.096. En el 2015 arribaron 1.015.078, y se dio por muertas a 3.771. La cifra de muertos podría ser superior; la magnitud del éxodo hace temer que las vidas perdidas fueron muchas más.


De esa lacra se habló en profundidad en el encuentro interreligioso por la paz de la Comunidad de San Egidio, celebrado este año en las ciudades alemanas de Münster y Osnabrück, que aportaban a la cita el particular significado histórico que las vincula. En ambas localidades del oeste del país se negociaron en el siglo XVII los acuerdos que llevaron a la paz de Westfalia de 1648, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años, conflicto que asoló Europa.

La Comunidad de San Egidio, movimiento católico fundado en Roma en 1968 por el historiador italiano Andrea Riccardi, trabaja con una comprensión poliédrica del significado de la paz. Esa visión va desde objetivos obvios de carácter global, como acabar con guerras y conflictos en países concretos, atajar el terrorismo que invoca motivos religiosos, o conseguir la abolición universal de la pena de muerte; hasta fomentar la concordia en el reino de la proximidad, con convites navideños para personas sin techo, solidaridad con los pobres y los ancianos, enseñanza del idioma del lugar a los inmigrantes, y actos interreligiosos para cristianos y musulmanes. En Barcelona y Manresa obran así hace años, y desde hace un tiempo, también en Madrid. Los de San Egidio son ahora unos 60.000 en 70 países.

En esa labor transversal, en la que la oración está siempre presente, la crisis migratoria en Europa llevó a la comunidad en Italia a impulsar un proyecto pionero en el continente: los llamados corredores humanitarios, puestos en marcha gracias a un acuerdo con el Gobierno italiano. Objetivo: transportar legalmente hasta ese país a refugiados muy vulnerables (víctimas de tortura y violencia, familias con niños, ancianos, enfermos y discapacitados), con un visado especial y la opción posterior de solicitar asilo. Se busca así evitar los peligrosos viajes en precarias barcas por el Mediterráneo, e impedir que los traficantes de personas se lucren con la desgracia.

Y llegan en avión, un medio de transporte impensable para un refugiado. Entre febrero del 2016 y agosto del 2017 alcanzaron así Italia 900 sirios procedentes de Líbano. Se trata de un proyecto ecuménico que se autofinancia, sin carga económica para el Estado italiano: lo sufragan la Comunidad de San Egidio, la Federación de Iglesias Evangélicas de Italia, y las Iglesias valdense y metodista.

En marzo, Francia se sumó al modelo –compromiso gubernamental galo: recibir a 500 personas–, y en julio aterrizó en París un primer grupo de refugiados, acogido también por una red ecuménica. Las negociaciones con las autoridades de Bélgica, Andorra y Mónaco para abrir corredores están muy avanzadas, y con las de España ha habido conversaciones, que la Comunidad de San Egidio urge a retomar. La experiencia demuestra que crear vías seguras y legales es factible.

A este respecto, me quedo con algunas frases oídas en la mesa redonda sobre migración en la que participé como representante de la Asociación Internacional de Periodistas de Religión (IARJ), y en otra sobre salvamento y acogida de migrantes, que invitan a la reflexión. “Quien dice que hay que ayudar a estas personas en su lugar de origen debe entender en qué estado lastimoso están sus países; está bien trabajar en un plan Marshall para África, pero eso no puede ser una coartada para alzar un muro y convertir Europa en un fortín”, dijo Eugenio Bernardini, moderador de la Tabla Valdense (protestantes italianos).

“Los corredores garantizan una acogida generalizada, con un menor impacto social, con perspectivas de trabajo y de integración más fáciles. Pero no es sólo una mera propuesta organizativa; hay algo más. Cualquier comunidad nace y se refuerza en la acogida, muere si se esteriliza a base de muros”, argumentó Daniela Pompei, coordinadora del proyecto en Italia. Y François Clavairoly, presidente de la Federación Protestante de Francia, señaló: “Los corredores son una pequeña historia, porque se trata de unos pocos refugiados especialmente vulnerables, pero es simbólica. Y es una experiencia que transforma también a quienes les dan la bienvenida; la hospitalidad, que está presente en todas las tradiciones religiosas, introduce elementos de comprensión del otro”. Unos testimonios para meditar.

[ Maria Paz López ]