change language
usted está en: home - oración - via crucis - evangeli...s. mateo - ii estación newslettercómo contactarnoslink

Ayuda a la Comunidad

  

II Estación


 
versión para imprimir

II Estación
Amigo en la noche de violencia

Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo numeroso con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que le iba a entregar les había dado esta señal: «Aquel a quien yo dé un beso, ése es; prendedle.» Y al instante se acercó a Jesús y le dijo: «¡Salve, Rabbí!», y le dio un beso. Jesús le dijo: «Amigo, ¡a lo que estás aquí!» Entonces aquéllos se acercaron, echaron mano a Jesús y le prendieron. En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su espada, la sacó e, hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja. Dícele entonces Jesús: «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán.¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?» En aquel momento dijo Jesús a la gente: «¿Como contra un salteador habéis salido a prenderme con espadas y palos? Todos los días me sentaba en el Templo para enseñar, y no me detuvisteis. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas.» Entonces todos los discípulos le abandonaron y huyeron. Los que prendieron a Jesús le llevaron ante el Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro le iba siguiendo de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver el final.
(Mt 26, 47-58)


dal film
"Il vangelo secondo Matteo"
di Pier Paolo Pasolini
L’arresto di Gesù


Los suyos duermen, demostrando no ser ni tan buenos ni tan amigos. Llegan los que van armados con espadas y palos. Han venido a detenerle con armas, como si se tratase de un salteador. En realidad, tienen miedo de él, como si fuera un delincuente. Habrían podido echarle las manos encima a plena luz del día; pero tenían miedo porque quizá se producía una revuelta. Van a prenderle de noche, con la traición y con las armas. Es un comportamiento vil: ir a prender a un hombre de noche, con la traición, armados; a un hombre pobre, inocente, inocuo. ¿Cómo responder?

En medio de esta gente sin nombre, que no conocemos, gente de Jerusalén, gente de cualquier lugar o país del mundo –bien podría ser hoy la gente que sale del metro o la que asiste a un juicio-, en medio de esta gente hay un discípulo de Jesús: Pedro. Le hemos reconocido, no se distingue de los demás por la forma de vestir, es como todos, como nosotros: viste como la gente común y se mueve como ellos.

En realidad hemos encontrado tres discípulos de Jesús: Pedro, uno que sacó la espada, y Judas. Los tres están a su alrededor, le han escuchado, han hablado con él. Judas quería salvarse a sí mismo, era listo, quizá se sentía más listo que Jesús. Aquella noche no estaba durmiendo al aire libre en el huerto de los olivos. Con un beso le traiciona. El tercero, de quien no se dice el nombre, parece el mejor, el más valiente, y saca la espada para defender a Jesús. Pero, ¿se puede defender a Jesús sólo en un momento de valentía; o, por el contrario, la fidelidad a Jesús dura toda la vida y no sólo una hora, aunque sea una hora de heroísmo, un momento de gran generosidad?

Jesús se ha rodeado de personas que no valen mucho, desde luego nada especiales, como somos muchos de nosotros. Se ha hecho amigo de esta pobre humanidad, sumamente mediocre, que vive un momento de valentía y después toda una vida asustada. Uno de los que estaban con él, cuando ve que le ponen las manos encima, tiene un impulso de rabia: saca la espada y golpea a uno de los que habían ido a prenderle. Había que resistir, a su juicio, ante aquel abuso hacia aquel hombre indefenso, puro e inocente. “Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?” -dice Jesús. “Vuelve tu espada a su sitio”. Jesús, angustiado un poco antes, demuestra ahora una fuerza serena. Ha rezado al Padre. Aquella espada, que se alza para defenderle, en realidad le ofende. No tiene necesidad de la espada o de la violencia de los hombres: la violencia nunca defiende y ofende siempre. Le ofende a él; ofende también a los que la usan. Para Jesús no hay un enemigo a quien ofender. Ni siquiera Judas es un enemigo para él: “amigo” –le llama incluso cuando le ve. El comportamiento de Jesús con Judas es un icono de la amistad y de la no violencia por encima de todo. “Habría podido escoger –quiere decir a aquel discípulo envalentonado- una violencia muy superior a la de la espada o los palos”. Pero ha elegido el camino del amor. ¿Cómo, entonces, se puede bendecir una espada que mata? ¿Por qué alzar una espada para defenderle? ¿Se puede decir que hay una violencia buena? Le están tratando como un salteador, con espadas, con palos, van a capturarle de noche. ¿Por qué no se han acercado a él mientras estaba en el templo para hablarle, para presentarle sus objeciones, sus críticas, o sus dificultades? ¿Por qué no le han hablado de día y han venido de noche con la espada? Han tenido miedo de hablar. Han tenido miedo de su palabra. Del miedo nace la violencia y ahora vienen con armas a prenderle.

Pero le encuentran sereno, dispuesto como siempre a hablar con ellos y a dialogar. Sin embargo, está decidido a no defenderse, como hacen la mayoría en este mundo. Esto es una locura para sus discípulos: “¡Entregarse a ellos!”. Es una locura no defenderse, no alzar la voz, no empuñar la espada. Llama amigo a Judas, rechaza la espada y no huye. La locura de Jesús parece excesiva a sus discípulos que le ven ofrecerse como una víctima a sus enemigos. Es verdaderamente un comportamiento sin sentido: “Entonces todos los discípulos le abandonaron y huyeron”.