Tomaron, pues, a Jesús, y él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús el Nazareno, el rey de los judíos.» Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: `El rey de los judíos', sino: `Éste ha dicho: Yo soy rey de los judíos'.» Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito.»
(Jn 19,17-22)
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Giotto
La crucifixión
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Jesús ha dicho: “Sea vuestro lenguaje: `Sí, sí' `no, no': que lo que pasa de aquí viene del Maligno”. Cuando Jesús habla en su vida pública, la suya es una palabra llena de amor, de fe, de humanidad. Pero aquí calla. Calla en su gran dolor de crucificado. Le crucificaron junto a otros dos, uno a cada lado. Estaba en medio de ellos pero no le conocían. Jesús estaba en medio de dos condenados.
Hay otra forma de hablar, que es la de Pilato. Es una forma que viene de la tradición de gobierno romana y de su papel en la institución. Es poderosa e impotente al mismo tiempo. Pilato llega a hacer casi un uso provocativo de las palabras. No salva a aquel hombre de la conjura que le quiere muerto, no está de acuerdo con esa violencia inútil, no siente simpatía hacia las autoridades judías y mucho menos hacia esa multitud exaltada. Entonces manda escribir sobre la cruz: «Jesús el Nazareno, el rey de los judíos». Llega hasta irritar a los sumos sacerdotes que le responden: «No escribas: `El rey de los judíos', sino: `Éste ha dicho: Yo soy rey de los judíos'». Finalmente, Pilato puede hacer prevalecer su poder. Soporta la iniciativa de los sacerdotes por lo que se refiere a la suerte de Jesús, pero no transige con las palabras de la condena. Se planta y reafirma su autoridad: «Lo que he escrito, lo he escrito».
Jesús calla, encerrado en su gran dolor. No es una situación especial, sino común a la de muchos que sufren. En el silencio de Jesús hay una gran esperanza puesta en el Padre. Pero, a su alrededor, hay muchas palabras y muchas voces. Sucede muy a menudo que hombres y mujeres, ante un sufrimiento auténtico, hablan y multiplican las palabras, pronunciando palabras sin piedad que cubren el silencio o el lamento de los que sufren. Se escribió en hebreo, en latín y en griego. Parece que este modo provocador de hablar es universal: en todas las lenguas, en todo el mundo, en todas las mentalidades.
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