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7 Septiembre 2015 16:30 | Museo de Historia Nacional

Discurso de Jaume Castro



Jaume Castro


Comunidad de Sant’Egidio, España

Eminencias, Excelencias, damas y caballeros, queridos amigos,
el Mediterráneo es un mar que une y divide. Este pequeño mar representa solo el 1% de la superficie marina del planeta. Según los científicos, contiene entre el 7 y el 15% de la biodiversidad marina global. Es pequeñísimo pero extraordinariamente variado y decisivo. Si pensamos en los pueblos y las culturas que viven en él podemos decir lo mismo.
Esta pequeña parte del mundo es uno de los cinco o seis escenarios del mundo en los que se puede hacer realidad la convivencia entre gente diferente. La paz en el Mediterráneo, este mundo plural, dinámico y complejo, como soñaba Giorgio La Pira, "será [además] como el inicio y el fundamento de la paz entre todas los países del mundo".
Pero hoy oímos voces simplificadoras que deciden aislarse, levantar muros y subrayar la división y la fractura en lugar de continuar el largo camino del diálogo y de la convivencia.
Desde la orilla sur, junto a los tambores de guerra de Siria y la desesperación de la población, llega el eco de las amenazas terroristas y el afianzamiento de los extremistas que quieren el enfrentamiento y la destrucción de convivencias milenarias. Mar Gregorios Ibrahim, obispo de Alepo, en una mesa redonda sobre el Mediterráneo como "espacio de encuentro" se preguntaba en 2010: "¿Qué significa respetar la fe religiosa de otro?". Su respuesta se enriquecía por una larga experiencia de convivencia. Hoy Mar Gregorios, amigo y compañero de estos encuentros, está secuestrado en Siria, al igual que el obispo Paul Yazigi y muchos otros. Los recordamos y rezamos cada día por su liberación.
En la orilla norte, por otra parte, hay quien dice que el sur es una amenaza. El Mediterráneo huele a muerte, se ha convertido en un cementerio para miles de emigrantes. Miles de refugiados huyen de la guerra de Siria. Esperamos que la indignación de los ciudadanos se convierta en una política de acogida. Tenemos poca memoria del pasado. Estas caravanas humanas no se habían visto desde el éxodo de los exiliados de la Guerra Civil española y de la Segunda Guerra Mundial.
La globalización ha abatido muchas fronteras, y al mismo tiempo está levantando nuevos muros, y los refugiados y los pobres quedan olvidados tras estos nuevos muros. Hamath Sissoko, un joven senegalés que llegó a España en una patera que había salido desde Nador, explica: "Éramos 32: 30 hombres y 2 mujeres, una de ellas, embarazada. La travesía duró dos días y medio; fue muy duro. Algunos vomitaban, otros lloraban. Nunca habíamos visto el mar, aquellas olas tan altas. Teníamos miedo, pero al final lo logramos". Hamath ya había intentado varias veces durante dos años y medio atravesar la valla de Ceuta y Melilla: "Lo que no sabíamos es que había una barrera de tres metros de alto, llena de pinchos que cortaban como cuchillos afilados".
En 1996 España levantó en Ceuta y Melilla el primer muro en la frontera con Marruecos. En el Mediterráneo, espacio de fronteras porosas y móviles, hoy Europa levanta muros. La crisis económica y el crecimiento de los partidos xenófobos y populistas han aumentado esta respuesta. Este año 2015 Hungría, Bulgaria, Francia y el Reino Unido están construyendo o ampliando muros. En las fronteras entre Grecia y Turquía, entre Hungría y Serbia, entre Bulgaria y Turquía se ha llegado a los 212 km de muro. Todavía no hemos entendido que los refugiados y los emigrantes huyen de la pobreza y de la guerra. Y la desesperación para huir de la guerra, el hambre y las estrategias de las mafias para continuar lucrándose aprenden siempre a esquivar los muros.
El miedo a la diversidad hace ver la presencia de los refugiados como un problema. No hay memoria del pasado y fantasía para ver una oportunidad. El futuro de Europa es el de una sociedad mestiza. Crece una generación globalizada que, sin olvidar sus orígenes, está sumergida en una cultura europea y democrática, de libertad. Despertando el interés por el otro, conociéndolo, nos enriquecemos con lo que es nuevo.
La historia del Mediterráneo nos enseña que el futuro nunca ha sido aislarse. Los momentos de mayor paz, convivencia y bienestar han sido aquellos momentos en los que quien es distinto ha sido acogido: el pobre, el emigrante, el de distinta religión o cultura. Como ya dijo el papa Francisco en Lampedusa, la compasión, el llanto y la oración por los que han muerto es la primera respuesta que nos une. Esta es la experiencia que Sant'Egidio vive en Roma y en muchas ciudades europeas en las oraciones "Morir de esperanza" para recordar a todos aquellos que han muerto en sus viajes hacia un futuro mejor y en paz.
Fernand Braudel decía que con el tiempo el Mediterráneo ha creado un "sistema de intercambio y de unidad". No se puede desperdiciar. En torno a este mar las tensiones y las oportunidades se transmiten con gran rapidez. Lo hemos visto. Los muros se han levantado con rapidez, las tensiones se contagian rápidamente en todo el mundo. En 2011 la trágica muerte de un universitario tunecino de 26 años, Mohamed Bouazizi, se transformó en un evento geopolítico de primer orden, desencadenando las primaveras árabes y contagiando a otros movimientos del mundo.
En el espacio del Mediterráneo, y no solo allí, se puede transmitir lo que nos separa (los muros) o, por el contrario, lo que nos une. Tenemos la esperanza de transmitir con mayor rapidez lo bueno que nos une, cultivando aquella visión mediterránea que Andrea Riccardi ha llamado la "civilización de la convivencia". En ese sentido, llegando ya a la conclusión de mi discurso, querría destacar a algunos actores de esta civilización.
Los jóvenes son protagonistas del futuro. Se agolpan en la orilla sur del Mediterráneo y cada vez están más conectados con los del norte. La globalización, las migraciones y el desarrollo de las redes sociales no hacen que los jóvenes vivan automáticamente con quien es distinto de ellos. Es muy necesario construir con ellos una "cultura de la convivencia", empezando por sus grandes energías y posibilidades.
En el Mediterráneo se vive en las ciudades. En 2030 el porcentaje de la población urbana de la orilla sur superará el 90%. Muy superior de la media mundial. Estas ciudades son depositarias del humanismo mediterráneo. Don Quijote de la Mancha, protagonista de la novela de Miguel de Cervantes, describe su modelo de ciudad del Mediterráneo: "archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única" (cfr. Parte II, capítulo LXX).
Quizás es el sueño de un loco, pero a veces los locos... Una ciudad hermosa, acogedora con los extranjeros, valiente en el encuentro, abierta y amiga de los pobres. A nosotros, en Sant'Egidio, nos gusta, y partimos de los más pobres y de la periferia para construirla. La ciudad mediterránea tiene en su centro la plaza, el lugar del encuentro y la socialización, del intercambio cotidiano y variado, y a su alrededor, la iglesia, la mezquita o la sinagoga. Pero hoy esta ciudad cosmopolita y atractiva corre el peligro de perder su identidad, su capacidad de integración a causa de la homogenización global.
La Comunidad de Sant'Egidio ha querido dar voz a las ciudades mediterráneas y hace dos años empezó una reflexión en Livorno, donde ha organizado dos congresos internacionales para desarrollar una cultura humanista, religiosa y política de la convivencia en el Mediterráneo. Es un proceso que empieza desde la base, con los hombres que aman las ciudades.
Pero muchas ciudades hoy día sufren. "¡Pobre ciudad!", gritaba Joan Maragall, un escritor y pensador español, al ver que su ciudad recibía los azotes de la violencia y de enfrentamientos al inicio del siglo XX. ¡Pobres ciudades sirias! Ante la tentación del pesimismo o de la impotencia dijo: "¡Pero no! Me he lanzado a la calle a vivir con mis conciudadanos y muchos otros han hecho como yo, y nos hemos inspirado una mutua confianza. Y nos ha parecido que, en el mero hecho de renacer la alegría entre nosotros, ya habíamos vencido espiritualmente el mal...". Y añadía: "y contra el espíritu no hay bombas".
Me parece ver en ese pensamiento el espíritu de Asís. El espíritu de amistad, simpatía por el otro y confianza, capaz de vencer el mal, la división y la violencia. El Mediterráneo es un mar con grandes recursos, muchos de los cuales son fruto de su riqueza espiritual, de sus tradiciones religiosas. Creemos que el diálogo entre religiones y culturas es una clave para la convivencia, la paz y la solidaridad porque sin una dimensión espiritual de la vida, la gente no aprende a conmoverse por el otro y a convivir.
Nuestras tradiciones religiosas contienen un mensaje de paz. Eso significa también que hacen colmar el abismo que hay entre ricos y pobres, enfermos y sanos, viejos y jóvenes, invitando a considerar la vida como un servicio a los demás y a la paz. Por eso el espíritu de Asís no se limita a estos grandes encuentros sino que sale con confianza a la calle y a las plazas de todas las ciudades. Hay que ir a encontrar al otro, porque en el encuentro se desarrolla el diálogo, se encuentra a un amigo, y se empieza a caminar juntos.
Andrea Riccardi, en su intervención en la Universidad de Al-Azhar proponía construir una visión mediterránea sólida y articulada. "Se trata de la civilización de la convivencia entre personas diferentes –decía–, la civilización de nuestras ciudades, la civilización de las relaciones entre nuestros países, la civilización del espacio mediterráneo. Es, en definitiva, la realización de una verdadera civilización, que no se impone a los demás, sino que se compone: una civilización de la convivencia entre muchos universos culturales, políticos y religiosos".
Tal vez esta es la respuesta para hacer historia en el Mediterráneo,  para que este mar que une y divide sea un mar de paz para todos.
 

#peaceispossible
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