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V de Pascua
Recuerdo de santa Catalina de Siena († 1380); trabajó por la paz, por la unidad de los cristianos y por los pobres.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 29 de abril

V de Pascua
Recuerdo de santa Catalina de Siena († 1380); trabajó por la paz, por la unidad de los cristianos y por los pobres.


Primera Lectura

Hechos de los Apóstoles 9,26-31

Llegó a Jerusalén e intentaba juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo. Entonces Bernabé le tomó y le presentó a los apóstoles y les contó cómo había visto al Señor en el camino y que le había hablado y cómo había predicado con valentía en Damasco en el nombre de Jesús. Andaba con ellos por Jerusalén, predicando valientemente en el nombre del Señor. Hablaba también y discutía con los helenistas; pero éstos intentaban matarle. Los hermanos, al saberlo, le llevaron a Cesarea y le hicieron marchar a Tarso. Las Iglesias por entonces gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaria; se edificaban y progresaban en el temor del Señor y estaban llenas de la consolación del Espíritu Santo.

Salmo responsorial

Salmo 21 (22)

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
¡lejos de mi salvación la voz de mis rugidos!

Dios mío, de día clamo, y no respondes,
también de noche, no hay silencio para mí.

¡Mas tú eres el Santo,
que moras en las laudes de Israel!

En ti esperaron nuestros padres,
esperaron y tú los liberaste;

a ti clamaron, y salieron salvos,
en ti esperaron, y nunca quedaron confundidos.

Y yo, gusano, que no hombre,
vergüenza del vulgo, asco del pueblo,

todos los que me ven de mí se mofan,
tuercen los labios, menean la cabeza:

Se confió a Yahveh, ¡pues que él le libre,
que le salve, puesto que le ama!

Sí, tú del vientre me sacaste,
me diste confianza a los pechos de mi madre;

a ti fui entregado cuando salí del seno,
desde el vientre de mi madre eres tú mi Dios.

¡No andes lejos de mí, que la angustia está cerca,
no hay para mí socorro!

Novillos innumerables me rodean,
acósanme los toros de Basán;

ávidos abren contra mí sus fauces;
leones que desgarran y rugen.

Como el agua me derramo,
todos mis huesos se dislocan,
mi corazón se vuelve como cera,
se me derrite entre mis entrañas.

Está seco mi paladar como una teja
y mi lengua pegada a mi garganta;
tú me sumes en el polvo de la muerte.

Perros innumerables me rodean,
una banda de malvados me acorrala
como para prender mis manos y mis pies.

Puedo contar todos mis huesos;
ellos me observan y me miran,

repártense entre sí mis vestiduras
y se sortean mi túnica.

¡Mas tú, Yahveh, no te estés lejos,
corre en mi ayuda, oh fuerza mía,

libra mi alma de la espada,
mi única de las garras del perro;

sálvame de las fauces del león,
y mi pobre ser de los cuernos de los búfalos!

¡Anunciaré tu nombre a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré!:

Los que a Yahveh teméis, dadle alabanza,
raza toda de Jacob, glorificadle,
temedle, raza toda de Israel.

Porque no ha despreciado
ni ha desdeñado la miseria del mísero;
no le ocultó su rostro,
mas cuando le invocaba le escuchó.

De ti viene mi alabanza en la gran asamblea,
mis votos cumpliré ante los que le temen.

" Los pobres comerán, quedarán hartos,
los que buscan a Yahveh le alabarán:
""¡Viva por siempre vuestro corazón!"""

Le recordarán y volverán a Yahveh todos los confines de la tierra,
ante él se postrarán todas las familias de las gentes.

Que es de Yahveh el imperio, del señor de las naciones.

Ante él solo se postrarán todos los poderosos de la tierra,
ante él se doblarán cuantos bajan al polvo.
Y para aquél que ya no viva,

le servirá su descendencia:
ella hablará del Señor a la edad

venidera,
contará su justicia al pueblo por nacer:
Esto hizo él.

Segunda Lectura

Primera Juan 3,18-24

Hijos míos,
no amemos de palabra ni de boca,
sino con obras y según la verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad,
y tranquilizaremos nuestra conciencia ante Él, en caso de que nos condene nuestra conciencia,
pues Dios es mayor que nuestra conciencia
y conoce todo. Queridos,
si la conciencia no nos condena,
tenemos plena confianza ante Dios, y cuanto pidamos
lo recibimos de él,
porque guardamos sus mandamientos
y hacemos lo que le agrada. Y este es su mandamiento:
que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo,
y que nos amemos unos a otros
tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos
permanece en Dios y Dios en él;
en esto conocemos que permanece en nosotros:
por el Espíritu que nos dio.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 15,1-8

«Yo soy la vid verdadera,
y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto,
lo corta,
y todo el que da fruto,
lo limpia,
para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios
gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros.
Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo,

si no permanece en la vid;
así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid;
vosotros los sarmientos.
El que permanece en mí y yo en él,
ése da mucho fruto;
porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí,
es arrojado fuera, como el sarmiento,
y se seca;
luego los recogen, los echan al fuego
y arden. Si permanecéis en mí,
y mis palabras permanecen en vosotros,
pedid lo que queráis
y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está
en que deis mucho fruto,
y seáis mis discípulos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

La Palabra de Dios subraya la necesidad de "permanecer" en Jesús, un tema especialmente querido para Juan. En su primera Carta escribe: "Quien guarda sus mandamientos mora en Dios y Dios en él"; y en la parábola de la vid y de los sarmientos, los términos "permanecer" y "morar" son el corazón. Isaías, en el admirable "Canto de la viña", describe la desilusión de Dios con Israel, su viña que había cuidado, plantado, cavado, defendido, pero de la que solo ha obtenido frutos amargos. Sin embargo, en las palabras de Jesús hay un cambio bastante singular. La vid ya no es Israel sino él mismo: "Yo soy la vid verdadera". Nadie lo había dicho nunca antes. Para entender completamente estas palabras, es necesario situarlas en el contexto de la última cena, cuando Jesús las pronunció. Jesús se identifica con la vid, especificando que es la "verdadera" vid, obviamente para diferenciarse de la "falsa"; y añade: "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos". Los discípulos están unidos al Maestro y forman parte integrante de la vid: no hay vid sin sarmientos y viceversa. Es un vínculo que va mucho más allá de nuestros altibajos psicológicos y nuestra condición buena o mala. El Evangelio continúa: "Todo sarmiento que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto". Sí, precisamente quienes "dan fruto" conocen también el momento de la poda. Son aquellos cortes que, de vez en cuando, precisamente como sucede en la vida natural, es necesario realizar para que podamos estar "sin mancha" (Ef 5,27). El texto del evangelio no significa que Dios mande dolores y sufrimientos a sus hijos mejores para ponerles a prueba o purificarles. El Señor no tiene necesidad de intervenir con los sufrimientos para mejorar a sus hijos. La vida espiritual es siempre un itinerario o, si se quiere, un crecimiento. No hay ninguna edad en la vida que no exija cambios y correcciones, exactamente, podas. Estos cortes, a veces también muy dolorosos, purifican nuestra vida y hacen correr con mayor frescura la savia del amor del Señor. Jesús repite seis veces: "Permaneced en mí". Es la condición para dar fruto, para no secarse y por tanto ser cortados y quemados. Quizá aquella tarde los discípulos no entendieron. Jesús indicaba un camino para quedarse con él: se permanece en él si "sus palabras permanecen en nosotros", como Jesús mismo subraya. Es el camino que emprendió María, su madre, la cual "guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón". Es el camino que escogió María, la hermana de Lázaro, que se quedaba a los pies de Jesús para escucharle. Es el camino seguido por cada discípulo. En la tradición bizantina existe un espléndido icono que reproduce plásticamente esta parábola del evangelio. En el centro del icono está pintado el tronco de la vid sobre el que está sentado Jesús con la Escritura abierta. Del tronco salen doce ramas y sobre cada uno de ellos está sentado un apóstol, con la Escritura abierta entre las manos. Es la imagen de la nueva viña: la imagen de la nueva comunidad que tiene su origen en Jesús, vid verdadera. Aquel libro abierto que está en las manos de Jesús es el mismo que tienen los apóstoles: es la savia verdadera que permite no amar con palabras ni con la lengua, sino con los hechos y en la verdad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.