ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 29 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 10,28-31

Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.» Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Las palabras de Pedro, que se ha hecho portavoz de los demás apóstoles, hacen surgir una conducta opuesta a la del hombre rico que hemos encontrado en el pasaje evangélico de ayer. En efecto, ellos han dejado todo y le han seguido. Por tanto, hay alguien que ha respondido a la llamada de Jesús: es aquel "nuestro" que Pedro utiliza en nombre de los primeros discípulos y de todos aquellos que se abandonan confiados a la invitación del Señor. El hecho de que Pedro tome conciencia permite a Jesús profundizar el sentido del seguimiento. Seguir a Jesús no es ni un sacrificio ni una pérdida respecto a una vida que habría sido más rica y feliz. Por lo demás, Jesús dice: "Misericordia quiero, que no sacrificio". El Evangelio muestra cuál es la verdadera riqueza que obtienen los discípulos de Jesús. Ellos, dejando todo para seguirle, reciben ya desde ahora, es decir en esta tierra, el ciento por uno de lo que han dejado, junto a persecuciones (y Jesús no deja de indicarlo) y, en el futuro, recibirán la vida eterna. Por tanto, el ciento por uno es la riqueza y la dulzura de la comunidad donada a todo el que elige a Jesús. Sí, la comunidad de los creyentes se convierte, para cada discípulo, en madre, hermano, hermana y casa; y esta fraternidad nunca tendrá fin; ni siquiera la muerte podrá destruirla. Estas palabras de Jesús son fuente de alegría plena para cada uno de nosotros: el Señor nos dona mucho más de lo que dejamos. La hipérbole del "ciento por uno" muestra el sentido de abundancia y la calidad de la riqueza que recibe quien se pone a seguir el Evangelio.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.