ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 24 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 12,46-50

Todavía estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte.» Pero él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Estamos ante un episodio que narran todos los Sinópticos. Jesús está hablando a la gente cuando su madre y sus hermanos llegan e intentan verse con él. Pero la gente que lo rodea impide que sus parientes se le acerquen. El Evangelista destaca que los parientes están «fuera», es decir, no están entre aquellos que le escuchan. No es una notación espacial sino más bien de disponibilidad a escuchar. Lo mismo le sucede a todo aquel que se siente tan «pariente» de Jesús, es decir, miembro de la institución, que ya no siente la necesidad de escuchar la Palabra de Dios, que ya no siente la necesidad de ser ayudado. A quien le dice que fuera están su madre y sus hermanos que le esperan, Jesús le contesta diciendo que su madre y sus parientes son los que le escuchan, o sea, los que están «dentro» para escuchar la predicación del Evangelio. Para un mundo, como el judío, que consideraba las relaciones de sangre como un factor determinante para determinar la pertenencia religiosa, este reconocimiento de los familiares era realmente desconcertante. Jesús, en realidad, quería mostrar claramente a su nueva familia, que está formada por sus discípulos, por aquellos que le siguen, por aquellos que confían en él. El vínculo de la sangre y del clan, el vínculo de nación o de patria, los vínculos de cultura o de raza, no tienen ninguna trascendencia para el reino de Dios. Y no solo eso sino que a veces hacen que nos cerremos a los demás en lugar de abrirnos. La Palabra de Dios purifica esas relaciones para que sean fraternas y no sean motivo de cerrazón y de lucha. La Palabra de Dios purifica las relaciones «naturales» y crea otras nuevas mediante la obra del Espíritu que se infunde en los corazones. Escuchando la Palabra de Dios nace una nueva familia, mucho mayor y firme que la natural. Sus lazos no se basan en nosotros sino en la Palabra de Dios. La comunidad cristiana, para los que están solos, los abandonados, los afligidos, los perseguidos, es muchas veces la única familia que acoge y protege, y está llamada a ser para todos ejemplo de vida fraterna.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.