ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 28 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 13,24-30

Otra parábola les propuso, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?" El les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Dícenle los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?" Díceles: "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero."»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El propietario del campo de la parábola tiene un comportamiento totalmente singular. Se da cuenta de que un enemigo ha sembrado cizaña allí donde él había sembrado semilla buena. No obstante, cuando los siervos le refieren lo sucedido, él les impide cortar la hierba desde el inicio. ¿Por qué aquel propietario frena el celo de los que, al fin y al cabo, solo quieren defender su hacienda? Esta pregunta nos hace entrar en el misterio abismal del amor de Dios, que es más grande que nuestras lógicas. Podríamos decir que con esta parábola empieza la historia de la tolerancia cristiana, porque corta de raíz la hierba mala -esta sí, realmente mala- del maniqueísmo, de toda distinción entre buenos y malos, entre justos e injustos. Contiene no solo la invitación a una tolerancia ilimitada, sino incluso al respeto por el enemigo, incluso si se trata de un enemigo no solo personal sino de la causa más justa y más santa, de Dios, de la justicia, de la nación o de la libertad. Sigue siendo un misterio aquel enemigo que, mientras todos dormían, siembra entre el trigo la división, la hierba inútil y ahoga la buena. Es el misterio del mal al que no hay que responder con otro mal, sino con la fuerza de la esperanza, protegiendo el trigo. También es un desafío a vigilar con mayor atención para no dormirnos mientras continúan sembrando cizaña. La decisión del propietario, tan alejada de nuestra lógica y de nuestros comportamientos, sienta las bases de una cultura de la paz. Hoy, mientras proliferan trágicos conflictos, esta parábola evangélica es una invitación al encuentro y al diálogo. Dicha actitud no es signo de debilidad ni de cesión, pues no se trata de tolerar el mal sino de no matar a los pecadores. El Señor concede a todos los hombres la posibilidad de bajar hasta lo más profundo de su corazón para encontrar la huella de Dios y de su justicia y cambiar de vida.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.