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Recuerdo de san Esteban († 1038), rey de Hungría. Se convirtió al Evangelio y fomentó la evangelización en su país. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 16 de agosto

Recuerdo de san Esteban († 1038), rey de Hungría. Se convirtió al Evangelio y fomentó la evangelización en su país.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 18,21-19,1

Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.» «Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: "Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré." Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda. Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: "Paga lo que debes." Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: "Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré." Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: "Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?" Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano.» Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esta página evangélica nos recuerda que la corrección y el perdón fraterno -que son aspectos fundamentales en la vida de la comunidad cristiana- requieren una gran atención y sensibilidad. Todo creyente tiene el deber de corregir a su hermano cuando se equivoca, del mismo modo que todos tienen el derecho de ser perdonados cuando se equivocan. Por desgracia, vivimos en una sociedad que está olvidando qué es el perdón. Y eso sucede porque ha olvidado primero la deuda del amor mutuo que nos pide el Señor. En un mundo interdependiente y al mismo tiempo competitivo, como el mundo en el que vivimos, hay que aprender que para ser realmente libre y para construir una sociedad digna, tenemos que hacernos esclavos del amor los unos por los otros. El respeto de los derechos de todo hombre y toda mujer pasa porque todos asumamos un único e imprescindible deber: respetar el derecho del otro a ser amado. La imagen más clara de esta convivencia la encontramos en la unidad de los discípulos que rezan juntos. Jesús les dice: «Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos». El acuerdo de los discípulos para pedir alguna cosa, sea cual sea, vincula a Dios mismo a concederla. Indica que la concordia en la oración, el acuerdo en una única voluntad constituye un poder inmenso. Si nuestras oraciones no son escuchadas tenemos que preguntarnos cómo oramos: quizás de modo perezoso, sin amor ni preocupación por los problemas y las angustias de toda la comunidad, del mundo que nos rodea. ¡Hay tanta gente que espera la caridad de una oración que nadie concede! Con gran sabiduría espiritual Juan Pablo II hablaba de su oración asociada a la «geografía», es decir, a los distintos lugares o a las distintas situaciones de sufrimiento de los que tenía conocimiento. También nosotros podemos hacer lo mismo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.