ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XX del tiempo ordinario Leer más

Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 19 de agosto

XX del tiempo ordinario


Primera Lectura

Proverbios 9,1-6

La Sabiduría ha edificado una casa,
ha labrado sus siete columnas, ha hecho su matanza, ha mezclado su vino,
ha aderezado también su mesa. Ha mandado a sus criadas y anuncia
en lo alto de las colinas de la ciudad: Si alguno es simple, véngase acá.
Y al falto de juicio le dice: Venid y comed de mi pan,
bebed del vino que he mezclado; dejaos de simplezas y viviréis,
y dirigíos por los caminos de la inteligencia."

Salmo responsorial

Salmo 33 (34)

Bendeciré a Yahveh en todo tiempo,
sin cesar en mi boca su alabanza;

en Yahveh mi alma se gloría,
¡óiganlo los humildes y se alegren!

Engrandeced conmigo a Yahveh,
ensalcemos su nombre todos juntos.

He buscado a Yahveh, y me ha respondido:
me ha librado de todos mis temores.

Los que miran hacia él, refulgirán:
no habrá sonrojo en su semblante.

Cuando el pobre grita, Yahveh oye,
y le salva de todas sus angustias.

Acampa el ángel de Yahveh
en torno a los que le temen y los libra.

Gustad y ved qué bueno es Yahveh,
dichoso el hombre que se cobija en él.

Temed a Yahveh vosotros, santos suyos,
que a quienes le temen no les falta nada.

Los ricos quedan pobres y hambrientos,
mas los que buscan a Yahveh de ningún bien carecen.

Venid, hijos, oídme,
el temor de Yahveh voy a enseñaros.

¿Quién es el hombre que apetece la vida,
deseoso de días para gozar de bienes?

Guarda del mal tu lengua,
tus labios de decir mentira;

apártate del mal y obra el bien,
busca la paz y anda tras ella.

Los ojos de Yahveh sobre los justos,
y sus oídos hacia su clamor,

el rostro de Yahveh contra los malhechores,
para raer de la tierra su memoria.

Cuando gritan aquéllos, Yahveh oye,
y los libra de todas sus angustias;

Yahveh está cerca de los que tienen roto el corazón.
él salva a los espíritus hundidos.

Muchas son las desgracias del justo,
pero de todas le libera Yahveh;

todos sus huesos guarda,
no será quebrantado ni uno solo.

La malicia matará al impío,
los que odian al justo lo tendrán que pagar.

Yahveh rescata el alma de sus siervos,
nada habrán de pagar los que en él se cobijan.

Segunda Lectura

Efesios 5,15-20

Así pues, mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad de Señor. No os embriaguéis con vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,51-58

Yo soy el pan vivo, bajado del cielo.
Si uno come de este pan, vivirá para siempre;
y el pan que yo le voy a dar,
es mi carne por la vida del mundo.» Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo:
si no coméis la carne del Hijo del hombre,
y no bebéis su sangre,
no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene vida eterna,
y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en mí,
y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado
y yo vivo por el Padre,
también el que me coma
vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo;
no como el que comieron vuestros padres,
y murieron;
el que coma este pan vivirá para siempre.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne, para vida del mundo», dice Jesús. En la memoria de quienes le escuchaban resonaban pasajes bíblicos en los que se expresaba la comunión con Dios con imágenes de un banquete. En el libro de los proverbios se escribe que la Sabiduría preparó un banquete e invitó a todo el mundo: «Venid a compartir mi comida y a beber el vino que he mezclado. Dejaos de simplezas y viviréis, y seguid el camino de la inteligencia» (9,4). Jesús, en lo referente al banquete, llevaba a la práctica las páginas de las Escrituras. Afirma que el pan del banquete es él mismo, su cuerpo. «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?» Discutían sobre lo que quería decir con aquellas palabras. Pero Jesús, que conoce su pensamiento, afirma: «Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros». Este lenguaje de Jesús es muy concreto, hasta hacerse escandalosamente crudo. «La carne y la sangre» indicaban al hombre entero, la persona, su vida, su historia. Jesús se ofrece a sus oyentes; podríamos decir, en el sentido más realista del término, que se ofrece como comida para todos. Realmente Jesús no quiere guardarse nada para él y ofrece toda su vida por los hombres. La Eucaristía, este admirable don que el Señor ha dejado a su Iglesia, hace realidad nuestra misteriosa y realísima comunión con él. Pablo, con energía, dice a los cristianos de Corinto: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?» (1 Co 10,16). Todo eso nos hace plantear cómo vamos a la Eucaristía. Muchas veces, por desgracia, cedemos a una cansada costumbre que priva a los que se acercan a la Eucaristía de degustar la dulzura de semejante misterio de amor. Un misterio de amor tan elevado que debe hacernos pensar a todos que somos siempre indignos de recibirlo. Es una verdad que muchas veces olvidamos. Es el Señor quien viene a nosotros; es él quien se acerca a nosotros hasta convertirse en comida y bebida. La actitud que debemos tener cuando nos acercamos a la Eucaristía debe ser la del mendigo que tiende la mano, del mendigo de amor, del mendigo de curación, del mendigo de consuelo, del mendigo de ayuda.
Cuentan las historias antiguas que una mujer fue a confesar a un padre del desierto que la asaltaban terribles tentaciones y que muchas veces la dominaban. El santo monje le preguntó cuánto tiempo hacía que no tomaba la comunión. Ella contestó que ya hacía muchos meses que no recibía la santa Eucaristía. El monje le contestó diciéndole más o menos estas palabras: «Intente no comer nada durante el mismo número de meses y luego venga a decirme cómo se siente». La mujer entendió lo que le había dicho el monje y empezó a tomar regularmente la comunión. La Eucaristía es alimento esencial para la vida del creyente, es incluso su misma vida, como Jesús mismo, que concluyendo su discurso, afirma: «Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí». El Señor parece no pedirnos más que responder a su invitación y gozar de la dulzura y la fuerza de este pan que él continúa dándonos gratuitamente y abundantemente.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.