ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de los santos Cosme y Damián, mártires sirios ((303 ca). La tradición los recuerda como médicos que curaban gratuitamente a los enfermos. Especial recuerdo de los que se dedican a la atención y la curación de los enfermos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 26 de septiembre

Recuerdo de los santos Cosme y Damián, mártires sirios ((303 ca). La tradición los recuerda como médicos que curaban gratuitamente a los enfermos. Especial recuerdo de los que se dedican a la atención y la curación de los enfermos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 9,1-6

Convocando a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Y les dijo: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno. Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de allí. En cuanto a los que no os reciban, saliendo de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos.» Saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El evangelista Lucas nos muestra el episodio del envío de los Doce para que anunciaran el reino de Dios y curasen a los enfermos. Ya los había elegido para que estuvieran con él (Lc 6,12-16) y ahora los envía para que cumplan su misma misión dándoles su misma autoridad y su mismo poder. Escribe el evangelista: «les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, así como para curar dolencias». La predicación del Reino de Dios, es decir, del mundo nuevo que Dios empezaba a través de la obra de Jesús, debía ir acompañado de señales que mostraran su efectividad. Es un paradigma que acompaña la obra de los discípulos de todos los tiempos, también de hoy. Toda comunidad cristiana, todo creyente está llamado a aumentar la larga retahíla de los seguidores de Jesús para librar la misma batalla contra el poder del mal y para comunicar el Evangelio del amor por todas partes, hasta los extremos de la tierra. Para cumplir esta misión hay que despojarse del protagonismo de uno mismo para ser en todo siervo del Evangelio, manteniendo aquella misma ansia misionera que llevó a los primeros Doce a ir de casa en casa, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad: nadie debía quedar excluido del anuncio evangélico. Y su única riqueza era el Evangelio. Y no debían comunicar más que el Evangelio en su pureza, sin añadiduras y sin argucias particulares. Los discípulos de Jesús tienen que ser conscientes de que el Evangelio en sí solo es suficiente: es levadura y luz que transforma. Por eso Jesús ordena a los Doce: «No toméis nada para el camino: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno». Su riqueza y su fuerza es solo el Evangelio.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.