ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias

Oración por la Paz

En la Basílica de Santa María de Trastévere se reza por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 15 de octubre

En la Basílica de Santa María de Trastévere se reza por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 11,29-32

Habiéndose reunido la gente, comenzó a decir: «Esta generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le dará otra señal que la señal de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con los hombres de esta generación y los condenará: porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La fe, en general, no viene después de signos prodigiosos; en todo caso es necesaria a priori para que se produzcan los milagros. Todavía hoy mucha gente busca signos prodigiosos para alimentar su fe. Y cuando se produce un hecho extraordinario atrae a muchos. Si estos «signos» llegan, son indudablemente un don del Señor. Pero debemos prestar mayor atención a la que normalmente prestamos ante el «signo» por excelencia que el Señor dio para todos, que es el «signo de Jonás». La comunidad primitiva leyó estas palabras a la luz de la Resurrección: !Porque de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches» (Mt 12,40). El «signo» de Jonás es, pues, el anuncio del mensaje central del Evangelio, es decir, el misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Los habitantes de Nínive se convirtieron escuchando la predicación de Jonás, sin que él hiciera ningún milagro. Lo mismo debe suceder hoy, con la diferencia de que ahora ha venido uno que es «algo más que Jonás». Hay que comunicar al mundo la resurrección de Jesús, que es la victoria del bien sobre el mal, de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio. Este anuncio es el mismo corazón de la historia de Jesús: él vino a la tierra para ofrecer su vida hasta la muerte en cruz para nuestra salvación y el Padre lo resucitó de entre los muertos. Este Evangelio (buena noticia) es mucho más valioso que la sabiduría de Salomón y más fuerte que la predicación de Jonás. Sí, «aquí hay algo más que Jonás», nos repite a nosotros hoy el Evangelio. Este «signo» no puede quedar oculto entre grupos esotéricos y restringidos. Al contrario, debe resplandecer sobre los hombres de todo país y de toda época. Los cristianos -todos incluidos, desde el menor hasta el mayor- están llamados a ser candeleros de esta buena noticia. ¡Cuántas veces, por desgracia, a causa de la pereza ponemos esta buena noticia «bajo la vasija»! ¡Cuántas veces prevalece en nosotros aquella autorreferencialidad que empobrece la misma fuerza del Evangelio! La tarea que Jesús confió a los discípulos y a su Iglesia es indispensable para la salvación de la humanidad. Debemos ser conscientes de ello y, al mismo tiempo, debemos dar humilde testimonio de ello.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.