ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 19 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 12,1-7

En esto, habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse unos a otros, se puso a decir primeramente a sus discípulos: «Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado desde los terrados. «Os digo a vosotros, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer: temed a Aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehenna; sí, os repito: temed a ése. «¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos pajarillos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje evangélico habla de miles de personas que se agolpan alrededor de Jesús «hasta pisarse unos a otros». Eran hombres y mujeres que necesitaban consuelo y que buscaban una vida mejor. Previene inmediatamente a aquella muchedumbre que lo rodea de los falsos pastores o, mejor dicho, de la levadura de la hipocresía que hacía insoportable y peligrosa la guía de los fariseos. La religiosidad de los fariseos era toda exterioridad, no ponían su corazón en ella, hasta el punto de que no tenían misericordia ni compasión por aquella muchedumbre vejada y abatida. Para ellos bastaba con repetir de manera abstracta y fría los principios de la ley. Una religiosidad de ese tipo contamina, como una mala levadura, toda la vida de la gente. Pero llegará el momento -dice Jesús- en el que todo saldrá a la luz y se verá el vacío y la tristeza de aquel que ha construido su vida con un corazón sin amor y sin misericordia, mostrando solo su orgullo e intentando salvarse a sí mismo. Otra es la situación de los discípulos que escuchan y que siguen al verdadero pastor y maestro. Jesús introduce aquí una distinción preciosa. El cuerpo puede morir, pero existe un «después». Y el discípulo está llamado a reflexionar sobre ese «después». El «después» -sugiere Jesús- está asociado al «corazón», es decir, a la vida interior, a aquel «lugar» en el que se produce el encuentro con Dios, o bien -y sería una decisión dramática- el encuentro con aquel que puede «arrojar a la gehenna». En las palabras de Jesús no hay ningún desprecio por el cuerpo. ¡Hizo tantas curaciones! Pero no hay duda de que el esmero que ponemos en la conversión de nuestro corazón es mínimo en comparación con el que ponemos en nuestro cuerpo, en nuestro bienestar material. A veces por ese bienestar exterior llegamos incluso a vender nuestra alma. Jesús nos recuerda que el Padre que está en los cielos cuida de nosotros mucho más que de los pájaros, y conoce cada uno de los cabellos de nuestra cabeza. Preocupémonos del corazón y de su crecimiento en el amor. Es una urgencia que los cristianos deben vivir para su propia salvación, pero también es un testimonio precioso que estamos llamados a enseñar en un mundo que sitúa el bienestar individual y material por encima de todo. Este mundo nuestro necesita el testimonio evangélico de los discípulos de Jesús para frenar el poder del mal y de la violencia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.