ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 16 de diciembre

III de Adviento


Primera Lectura

Sofonías 3,14-17

¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión,
lanza clamores, Israel,
alégrate y exulta de todo corazón,
hija de Jerusalén! Ha retirado Yahveh las sentencias contra ti,
ha alejado a tu enemigo.
¡Yahveh, Rey de Israel, está en medio de ti,
no temerás ya ningún mal! Aquel día se dirá a Jerusalén:
¡No tengas miedo, Sión,
no desmayen tus manos! Yahveh tu Dios está en medio de ti,
¡un poderoso salvador!
El exulta de gozo por ti,
te renueva por su amor;
danza por ti con gritos de júbilo,

Salmo responsorial

Salmo 12 (13)

¿Hasta cuándo, Yahveh, me olvidarás? ¿Por siempre?
¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro?

¿Hasta cuándo tendré congojas en mi alma,
en mi corazón angustia, día y noche?
¿Hasta cuándo triunfará sobre mí mi enemigo?

¡Mira, respóndeme, Yahveh, Dios mío!
¡Ilumina mis ojos, no me duerma en la muerte,

"no diga mi enemigo: ""¡Le he podido!"",
no exulten mis adversarios al verme vacilar! "

Que yo en tu amor confío;
en tu salvación mi corazón exulte.

¡A Yahveh cantaré por el bien que me ha hecho
Salmodiaré al nombre de Yahveh, el Altísimo!

Segunda Lectura

Filipenses 4,4-7

Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 3,10-18

La gente le preguntaba: «Pues ¿qué debemos hacer?» Y él les respondía: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo.» Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?» El les dijo: «No exijáis más de lo que os está fijado.» Preguntáronle también unos soldados: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?» El les dijo: «No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada.» Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; respondió Juan a todos, diciendo: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.» Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Este tercer Domingo de Adviento nos lleva a orillas del Jordán junto a Juan Bautista, y con las multitudes que se agolpan alrededor del profeta, también nosotros nos preguntamos: "¿Qué tenemos que hacer?". Es la pregunta de este Adviento. Reconozcamos nuestros límites, nuestras cerrazones. Muchas veces estamos saciados de nosotros mismos, de nuestras costumbres, de nuestro orgullo, y pensamos que hemos hecho todo lo posible y no vamos más allá. Pero de esa forma cerramos la puerta del corazón. Si, por el contrario, esperamos un mundo diferente, más pacífico, más justo y solidario, entonces debemos abrir nuestro corazón al profeta, al Evangelio, y preguntar: "¿Qué tenemos que hacer?".
Juan pide que seamos serios, honestos y leales. Y exhorta a los soldados a renunciar a la violencia, a no hacer mal a los demás. Y con sencillez añade: "No hagáis extorsión a nadie ... y contentaos". Es un llamamiento a un comportamiento dulce y humano en relación a los demás, independientemente de quiénes sean. Un llamamiento oportuno en una sociedad, como la nuestra, donde es fácil tratar mal, sobre todo a quien no se conoce. Y después pide contentarse. Es un llamamiento al límite, a la sabiduría de no correr detrás de las satisfacciones consumiéndolas una detrás de otra, haciéndolo también a costa de pisotear a los demás.
Luego está la gente que escucha a Juan. Es gente que no está mal, que tiene dos túnicas y qué comer. Es la gente de nuestro mundo y de nuestras ciudades. La respuesta de Juan es para meditar: "El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo". También esta es una respuesta simple y clara. Es necesario interrogarnos sobre cómo dar de comer a quien no tiene, y cómo vestir a quien no tiene con qué vestirse. ¿Cómo permanecer tranquilos cuando tantos en el mundo ni se visten ni comen? Es una gran cuestión de nuestro tiempo. Si en el mundo se siguen descartando a los débiles y a los pobres, a los creyentes se nos pide dilatar el corazón hasta los confines de la tierra para que "ninguno de los pequeños se pierda".
La predicación de Juan invita a mirar este horizonte más amplio. Juan sabía que no era el Mesías y lo decía claramente: "está a punto de llegar el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego". Pero era consciente de su responsabilidad de ser una "voz" que grita. Y honró esta responsabilidad hasta el martirio. Como el Bautista, seamos también nosotros conscientes de lo poco que somos, pero seamos conscientes también de la responsabilidad de anunciar a todos la "buena noticia" del reino de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.