ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 21 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cantar de los Cantares 2,8-14

¡La voz de mi amado!
Helo aquí que ya viene,
saltando por los montes,
brincando por los collados. Semejante es mi amado a una gacela,
o un joven cervatillo.
Vedle ya que se para
detrás de nuestra cerca,
mira por las ventanas,
atisba por las rejas. Empieza a hablar mi amado,
y me dice:
"Levántate, amada mía,
hermosa mía, y vente. Porque, mira, ha pasado ya el invierno,
han cesado las lluvias y se han ido. Aparecen las flores en la tierra,
el tiempo de las canciones es llegado,
se oye el arrullo de la tórtola
en nuestra tierra. Echa la higuera sus yemas,
y las viñas en cierne exhalan su fragancia.
¡Levántate, amada mía,
hermosa mía, y vente! Paloma mía, en las grietas de la roca,
en escarpados escondrijos,
muéstrame tu semblante,
déjame oír tu voz;
porque tu voz es dulce,
y gracioso tu semblante."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La Liturgia nos hace meditar este pasaje del Cantar mientras la Navidad está a las puertas. La escena que se describe nos hace ver a la amada que imagina a su amante que llega a las inmediaciones de la casa donde habita y que escruta a través de las ventanas para verla. Es él quien le pide salir para saborear juntos la belleza de la primavera: "Levántate, amor mío, hermosa mía, y vente". Es la exhortación a acoger al Señor que viene a visitarnos. Muchas veces en el Cantar los amantes salen al abierto, o se imaginan allí: es como si salieran al jardín del Edén. Son imágenes que describen bien el deseo que Dios tiene de encontrar a los hombres y salvarlos. Este es el sentido de la Navidad que nos disponemos a celebrar. Es el Señor quien una vez más toma la iniciativa y corre hacia Israel. Él está junto a la puerta, está a punto de nacer. Como un joven enamorado implora que salgamos de nosotros mismos para acogerlo. El Tárgum parafrasea así este pasaje del Cantar: "Cuando ... los de la casa de Israel moraban en Egipto, sus lamentos llegaron hasta el cielo... y [el Señor] superó de un salto el día fijado por los méritos de los Patriarcas, que son similares a montañas... Él miró a través de las ventanas y espió a través de las persianas, y vio la sangre del sacrificio de la Pascua... y tuvo piedad de nosotros... Y cuando se hizo mañana me dijo: levántate, asamblea de Jerusalén, mi preferida... aléjate de la esclavitud de los egipcios". Orígenes retoma sin embargo la escena de Jesús resucitado que dice a la Iglesia: "Levántate, ... paloma mía, porque, mira, el invierno ha pasado, ... Resucitando de la muerte he domado la tempestad y he traído la paz". Dios es asombroso en su amor: está por venir en medio de los hombres y nos pide acogerlo, que le dejemos ver nuestros rostros, que abandonemos las grietas de las rocas del egocentrismo y los escondrijos de las esclavitudes para ir a su encuentro. Pero no es una galantería ni una petición de simple respeto y gratitud. Es la petición de un Dios enamorado de nosotros, mendigo de nuestro amor. Es el misterio de la Navidad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.