ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 23 de diciembre

IV de Adviento


Primera Lectura

Miqueas 5,1-4

Mas tú, Belén Efratá,
aunque eres la menor entre las familias de Judá,
de ti me ha de salir
aquel que ha de dominar en Israel,
y cuyos orígenes son de antigüedad,
desde los días de antaño. Por eso él los abandonará hasta el tiempo
en que dé a luz la que ha de dar a luz.
Entonces el resto de sus hermanos volverá
a los hijos de Israel. El se alzará y pastoreará con el poder de Yahveh,
con la majestad del nombre de Yahveh su Dios.
Se asentarán bien, porque entonces se hará él grande
hasta los confines de la tierra. El será la Paz.
Si Asur invade nuestra tierra,
y huella nuestro suelo,
suscitaremos contra él siete pastores,
y ocho príncipes de hombres.

Salmo responsorial

Psaume 79 (80)

Pastor de Israel, escucha,
tú que guías a José como un rebaño;
tú que estás sentado entre querubes, resplandece

ante Efraím, Benjamín y Manasés;
¡despierta tu poderío,
y ven en nuestro auxilio!

¡Oh Dios, haznos volver,
y que brille tu rostro, para que seamos salvos!

¿Hasta cuándo, oh Yahveh Dios Sebaot,
estarás airado contra la plegaria de tu pueblo?

Les das a comer un pan de llanto
les haces beber lágrimas al triple;

habladuría nos haces de nuestros convecinos,
y nuestros enemigos se burlan de nosotros.

¡Oh Dios Sebaot, haznos volver,
y brille tu rostro, para que seamos salvos!

Una viña de Egipto arrancaste,
expulsaste naciones para plantarla a ella,

le preparaste el suelo,
y echó raíces y llenó la tierra.

Su sombra cubría las montañas,
sus pámpanos los cedros de Dios; "

extendía sus sarmientos hasta el mar,
hasta el Río sus renuevos.

¿Por qué has hecho brecha en sus tapias,
para que todo el que pasa por el camino la vendimie,

el jabalí salvaje la devaste,
y la pele el ganado de los campos?

¡Oh Dios Sebaot, vuélvete ya,
desde los cielos mira y ve,
visita a esta viña,

cuídala,
a ella, la que plantó tu diestra!

¡Los que fuego le prendieron, cual basura,
a la amenaza de tu faz perezcan!

Esté tu mano sobre el hombre de tu diestra,
sobre el hijo de Adán que para ti fortaleciste.

Ya no volveremos a apartarnos de ti;
nos darás vida y tu nombre invocaremos."

¡Oh Yahveh, Dios Sebaot, haznos volver,
y que brille tu rostro, para que seamos salvos!

Segunda Lectura

Hebreos 10,5-10

Por eso, al entrar en este mundo, dice: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo
- pues de mí está escrito en el rollo del libro -
a hacer, oh Dios, tu voluntad!
Dice primero: Sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacrificios por el pecado no los quisiste ni te agradaron - cosas todas ofrecidas conforme a la Ley - entonces - añade -: He aquí que vengo a hacer tu voluntad. Abroga lo primero para establecer el segundo. Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 1,39-48

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava,
por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán
bienaventurada,

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Este cuarto Domingo de Adviento nos lleva a las puertas de la Navidad del Señor. El Evangelio nos hace entrar en una casa de una remota aldea de la periferia del imperio romano. Desde allí el Señor comienza una nueva historia de salvación. Y nos lo dice el Evangelio de Lucas mostrándonos el encuentro entre dos mujeres. Ellas no tenían ninguna relevancia en la sociedad, es más, eran la imagen de la debilidad y de la irrelevancia. Dios las eligió para comenzar con ellas la historia de su nueva relación de amor con la humanidad. María toma la iniciativa y va a visitar a la anciana prima. No era un viaje fácil, como no es fácil el viaje de tantas jóvenes mujeres, a veces también embarazadas, que dejan sus tierras para buscar refugio y acogida y desgraciadamente con mucha frecuencia no encuentran la gracia del encuentro y de la acogida. Pero, en cuanto acabó de hablar con el ángel, María "se fue con prontitud" a Judá. Es como si no quisiera interponer tiempo entre la escucha de la palabra y el encaminarse hacia Isabel. En esta prisa -una prisa que veremos también en los pastores cuando "a toda prisa" fueron a Belén para encontrar al niño, y en las mujeres en el sepulcro para comunicar el Evangelio de la Resurrección- podemos reconocer la urgencia de comunicar a todos lados el amor del Señor. María nos recuerda la urgencia que el mundo tiene del encuentro y de la comunión. Podríamos decir que esta pequeña escena evangélica del encuentro entre estas dos mujeres, que se produce incluso antes de que Jesús vea la luz, subraya la necesidad impostergable de la acogida y de la comunión en este mundo nuestro que, sin embargo, parece estar marcado por la indiferencia en las relaciones, las distancias que marcar, cuando no por el enfrentamiento para defenderse. El encuentro tiene un poder, crea nuevas historias de amor y de comunión, hace nacer esperanza y alegría allí donde había soledad y abandono. Podríamos decir que es la urgencia de esta Navidad: multiplicar la fraternidad y la comunión.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.