ORACIÓN CADA DÍA

Fiesta del Bautismo del Señor
Palabra de dios todos los dias

Fiesta del Bautismo del Señor

Fiesta del Bautismo del Señor Leer más

Libretto DEL GIORNO
Fiesta del Bautismo del Señor
Domingo 13 de enero

Fiesta del Bautismo del Señor


Primera Lectura

Isaías 40,1-5.9-11

Consolad, consolad a mi pueblo
- dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén
y decidle bien alto
que ya ha cumplido su milicia,
ya ha satisfecho por su culpa,
pues ha recibido de mano de Yahveh
castigo doble por todos sus pecados. Una voz clama: "En el desierto
abrid camino a Yahveh,
trazad en la estepa una calzada recta
a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado,
y todo monte y cerro rebajado;
vuélvase lo escabroso llano,
y las breñas planicie. Se revelará la gloria de Yahveh,
y toda criatura a una la verá.
Pues la boca de Yahveh ha hablado." Súbete a un alto monte,
alegre mensajero para Sión;
clama con voz poderosa,
alegre mensajero para Jerusalén,
clama sin miedo.
Di a las ciudades de Judá:
"Ahí está vuestro Dios." Ahí viene el Señor Yahveh con poder,
y su brazo lo sojuzga todo.
Ved que su salario le acompaña,
y su paga le precede. Como pastor pastorea su rebaño:
recoge en brazos los corderitos,
en el seno los lleva,
y trata con cuidado a las paridas.

Salmo responsorial

Psaume 103 (104)

¡Alma mía, bendice a Yahveh!
¡Yahveh, Dios mío, qué grande eres!
Vestido de esplendor y majestad,

arropado de luz como de un manto,
tú despliegas los cielos lo mismo que una tienda,

levantas sobre las aguas tus altas moradas;
haciendo de las nubes carro tuyo,
sobre las alas del viento te deslizas;

tomas por mensajeros a los vientos,
a las llamas del fuego por ministros.

Sobre sus bases asentaste la tierra,
inconmovible para siempre jamás.

Del océano, cual vestido, la cubriste,
sobre los montes persistían las aguas;

al increparlas tú, emprenden la huida,
se precipitan al oír tu trueno,

y saltan por los montes, descienden por los valles,
hasta el lugar que tú les asignaste;

un término les pones que no crucen,
por que no vuelvan a cubrir la tierra.

Haces manar las fuentes en los valles,
entre los montes se deslizan;

a todas las bestias de los campos abrevan,
en ellas su sed apagan los onagros;

sobre ellas habitan las aves de los cielos,
dejan oír su voz entre la fronda.

De tus altas moradas abrevas las montañas,
del fruto de tus obras se satura la tierra;

la hierba haces brotar para el ganado,
y las plantas para el uso del hombre,
para que saque de la tierra el pan,

y el vino que recrea el corazón del hombre,
para que lustre su rostro con aceite
y el pan conforte el corazón del hombre.

Se empapan bien los árboles de Yahveh,
los cedros del Líbano que él plantó;

allí ponen los pájaros su nido,
su casa en su copa la cigüeña;

los altos montes, para los rebecos,
para los damanes, el cobijo de las rocas.

Hizo la luna para marcar los tiempos,
conoce el sol su ocaso;

mandas tú las tinieblas, y es la noche,
en ella rebullen todos los animales de la selva,

los leoncillos rugen por la presa,
y su alimento a Dios reclaman.

Cuando el sol sale, se recogen,
y van a echarse a sus guaridas;

el hombre sale a su trabajo,
para hacer su faena hasta la tarde.

¡Cuán numerosas tus obras, Yahveh!
Todas las has hecho con sabiduría,
de tus criaturas está llena la tierra.

Ahí está el mar, grande y de amplios brazos,
y en él el hervidero innumerable
de animales, grandes y pequeños;

por allí circulan los navíos,
y Leviatán que tú formaste para jugar con él.

Todos ellos de ti están esperando
que les des a su tiempo su alimento;

tú se lo das y ellos lo toman,
abres tu mano y se sacian de bienes.

Escondes tu rostro y se anonadan,
les retiras su soplo, y expiran
y a su polvo retornan.

Envías tu soplo y son creados,
y renuevas la faz de la tierra.

¡Sea por siempre la gloria de Yahveh,
en sus obras Yahveh se regocije!

El que mira a la tierra y ella tiembla,
toca los montes y echan humo.

A Yahveh mientras viva he de cantar,
mientras exista salmodiaré para mi Dios.

¡Oh, que mi poema le complazca!
Yo en Yahveh tengo mi gozo.

¡Que se acaben los pecadores en la tierra,
y ya no más existan los impíos!
¡Bendice a Yahveh, alma mía!

Segunda Lectura

Tito 2,11-14; 3,4-7

Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, que nos enseña a que, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos con sensatez, justicia y piedad en el siglo presente, aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo; el cual se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo, fervoroso en buenas obras. Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres, él nos salvó, no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 3,15-16.21-22

Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; respondió Juan a todos, diciendo: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Sucedió que cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo, y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: «Tú eres mi hijo; yo hoy te he engendrado.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

La Liturgia de este domingo recuerda el Bautismo de Jesús. Es la tercera manifestación del Señor después de la ocurrida a los pastores en la noche de Navidad y a los Magos en la epifanía. Hoy, también nosotros somos conducidos a orillas del Jordán, allí donde Juan predicaba la conversión de los corazones y administraba un bautismo de penitencia. Muchos acudían a él para bautizarse, para renovar el corazón y esperar un mundo nuevo. Salían de sus casas, abandonaban sus lugares habituales y se dirigían a ese lugar, lejos de Jerusalén. Se había difundido la convicción de que precisamente allí -donde el antiguo pueblo de Israel atravesó el Jordán para entrar en la tierra prometida- el Señor manifestaría nuevamente al pueblo su fuerza liberadora. Lucas advierte que todo el pueblo "estaba expectante". También Jesús dejó Nazaret para acudir a aquel lugar y esperar, junto a aquella multitud, la manifestación del poder de Dios.
Jesús se pone en fila para dejarse bautizar. Por lo demás, nadie puede auto-bautizarse, nadie puede darse a sí mismo el Espíritu. En su humildad de Hijo, Jesús ha dejado que el Espíritu descendiese sobre él y tomara plena posesión de su corazón y de su mente. Aquel día Jesús, recogido en oración, se sumerge en el agua hasta casi desaparecer de la mirada de los presentes. Pero el reaparecer los cielos se abrieron. Es el momento esperado por multitud de profetas. Isaías lo había clamado con fuerte voz: "¡Ah! Si rompieses los cielos y descendieras" (63, 19). Esta antigua oración encontraba por fin su respuesta: "se abrió el cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo" (Lc 3, 21-22) y el Padre le responde: "Tú eres mi hijo; yo hoy te he engendrado". El cielo triste de los hombres se abrió y apareció el nuevo y gran diseño de amor de Dios hacia todos los hombres. También para Jesús comienza un tiempo nuevo. Sumerjámonos en el diseño de amor de Jesús. Es su amor, no el nuestro. Nosotros, de hecho, somos liberados de nosotros mismos y de nuestros espíritus avaros. La Iglesia, como el Bautista, aquí y en todas partes del mundo, nos exhorta y nos ayuda a sumergirnos en la nueva historia comenzada por Jesús.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.