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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

II del tiempo ordinario
Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las antiguas Iglesias de Oriente (siro-ortodoxa, copta, armenia, etíope, siro-malabar) y de la Iglesia asiria.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 20 de enero

II del tiempo ordinario
Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las antiguas Iglesias de Oriente (siro-ortodoxa, copta, armenia, etíope, siro-malabar) y de la Iglesia asiria.


Primera Lectura

Isaías 62,1-5

Por amor de Sión no he de callar,
por amor de Jerusalén no he de estar quedo,
hasta que salga como resplandor su justicia,
y su salvación brille como antorcha. Verán las naciones tu justicia,
todos los reyes tu gloria,
y te llamarán con un nombre nuevo
que la boca de Yahveh declarará. Serás corona de adorno en la mano de Yahveh,
y tiara real en la palma de tu Dios. No se dirá de ti jamás "Abandonada",
ni de tu tierra se dirá jamás "Desolada",
sino que a ti se te llamará "Mi Complacencia",
y a tu tierra, "Desposada".
Porque Yahveh se complacerá en ti,
y tu tierra será desposada. Porque como se casa joven con doncella,
se casará contigo tu edificador,
y con gozo de esposo por su novia
se gozará por ti tu Dios.

Salmo responsorial

Salmo 95 (96)

¡Cantad a Yahveh un canto nuevo,
cantad a Yahveh, toda la tierra,

cantad a Yahveh, su nombre bendecid!
Anunciad su salvación día tras día,

contad su gloria a las naciones,
a todos los pueblos sus maravillas.

Que grande es Yahveh, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.

Pues nada son todos los dioses de los pueblos.
Mas Yahveh los cielos hizo;

gloria y majestad están ante él,
poder y fulgor en su santuario.

Rendid a Yahveh, familias de los pueblos,
rendid a Yahveh gloria y poder,

rendid a Yahveh la gloria de su nombre.
Traed ofrendas y en sus atrios entrad,

postraos ante Yahveh en esplendor sagrado,
¡tiemble ante su faz la tierra entera!

"Decid entre las gentes: ""¡Yahveh es rey!""
El orbe está seguro, no vacila;
él gobierna a los pueblos rectamente."

¡Alégrense los cielos, regocíjese la tierra,
retumbe el mar y cuanto encierra;

exulte el campo y cuanto en él existe,
griten de júbilo todos los árboles del bosque,

ante la faz de Yahveh, pues viene él,
viene, sí, a juzgar la tierra!
El juzgará al orbe con justicia,
a los pueblos con su lealtad.

Segunda Lectura

Primera Corintios 12,4-11

Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común, Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 2,1-12

Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino.» Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.» Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga.» Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.» Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.» Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

El pasaje evangélico de las bodas de Caná es quizá uno de los que mejor conocidos. Todos recordamos a la madre de Jesús que es la única en darse cuenta de que se está acabando el vino. No está preocupada por ella o por su imagen. Sus ojos y su corazón miran y se preocupan de que todos sean felices, de que aquella fiesta no se vea turbada. La preocupación por aquellos jóvenes la empuja a dirigirse al Hijo para que intervenga: "No tienen vino". María sentía también suya aquella fiesta, sentía también suya la alegría de aquellos dos jóvenes esposos. En Caná María indica el camino a los siervos: "haced lo que él os diga". Es el camino simple de la escucha del Evangelio que se nos indica también a nosotros, siervos del último momento. Es un camino que todos estamos invitados a recorrer. El cristiano es el que obedece al Evangelio, como hicieron aquellos siervos. Y la Iglesia, imitando a María, no deja de repetirnos: "haced lo que él os diga". A partir de la obediencia al Evangelio empiezan los signos del Señor, sus milagros en medio de los hombres.
El mandamiento que los siervos reciben de Jesús es singular: "Llenad las tinajas de agua". Es una invitación simple, tan simple que casi nos empuja a no hacerla: ¿qué tiene que ver el agua en las tinajas con la falta de vino? Ellos no comprenden hasta el fondo el sentido de aquellas palabras, pero obedecen. Con frecuencia también a nosotros nos sucede que no comprendemos bien el sentido de las palabras evangélicas. Lo que cuenta es la obediencia al Señor. Él realizará el milagro. Después de haber llenado las seis tinajas, los siervos son invitados a llevar a la mesa cuanto han introducido en las tinajas. También este mandato resulta extraño. Pero una vez más obedecen. Y la fiesta se salva. Más aún, se podría decir que acaba in crescendo, como reconoce el mismo maestresala: "Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora". Así comenzó Jesús sus milagros en Caná de Galilea, advierte el evangelista. Y si las bodas de Caná, que sucedieron "tres días después", empujan a que las comparemos con el domingo, día de la Eucaristía, podríamos comparar las seis tinajas de piedra con los seis días de la semana. La Iglesia nos sugiere que los llenemos con la Palabra del Evangelio. Y los días, iluminados por la Palabra de Dios, serán más dulces y fructíferos. Caná puede ser verdaderamente la fiesta del domingo con el don de la Palabra y de la Eucaristía: el vino bueno que podemos conservar durante toda la semana.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.