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Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

III del tiempo ordinario
Jornada europea de recuerdo de la Shoah.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 27 de enero

III del tiempo ordinario
Jornada europea de recuerdo de la Shoah.


Primera Lectura

Nehemías 8,2-4.5-6.8-10

Trajo el sacerdote Esdras la Ley ante la asamblea, integrada por hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era el día uno del mes séptimo. Leyó una parte en la plaza que está delante de la puerta del Agua, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón; y los oídos del pueblo estaban atentos al libro de la Ley. El escriba Esdras estaba de pie sobre un estrado de madera levantado para esta ocasión; junto a él estaban: a su derecha, Matitías, Semá, Anaías, Urías, Jilquías y Maaseías, y a su izquierda, Pedaías, Misael, Malkías, Jasum, Jasbaddaná, Zacarías y Mesul-lam. Esdras abrió el libro a los ojos de todo el pueblo - pues estaba más alto que todo el pueblo - y al abrirlo, el pueblo entero se puso en pie. Esdras bendijo a Yahveh, el Dios grande; y todo el pueblo, alzando las manos, respondió: "¡Amén! ¡Amén!"; e inclinándose se postraron ante Yahveh, rostro en tierra. Y Esdras leyó en el libro de la Ley de Dios, aclarando e interpretando el sentido, para que comprendieran la lectura. Entonces (Nehemías - el Gobernador - y) Esdras, el sacerdote escriba (y los levitas que explicaban al pueblo) dijeron a todo el pueblo: "Este día está consagrado a Yahveh vuestro Dios; no estéis tristes ni lloréis"; pues todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley. Díjoles también: "Id y comed manjares grasos, bebed bebidas dulces y mandad su ración a quien no tiene nada preparado. Porque este día está consagrado a nuestro Señor. No estéis tristes: la alegría de Yahveh es vuestra fortaleza."

Salmo responsorial

Salmo 18 (19)

Los cielos cuentan la gloria de Dios,
la obra de sus manos anuncia el firmamento;

el día al día comunica el mensaje,
y la noche a la noche trasmite la noticia.

No es un mensaje, no hay palabras,
ni su voz se puede oír;

mas por toda la tierra se adivinan los rasgos,
y sus giros hasta el confín del mundo.
En el mar levantó para el sol una tienda,

y él, como un esposo que sale de su tálamo,
se recrea, cual atleta, corriendo su carrera.

A un extremo del cielo es su salida,
y su órbita llega al otro extremo,
sin que haya nada que a su ardor escape.

La ley de Yahveh es perfecta,
consolación del alma,
el dictamen de Yahveh, veraz,
sabiduría del sencillo.

Los preceptos de Yahveh son rectos,
gozo del corazón;
claro el mandamiento de Yahveh,
luz de los ojos.

El temor de Yahveh es puro,
por siempre estable;
verdad, los juicios de Yahveh,
justos todos ellos,

apetecibles más que el oro,
más que el oro más fino;
sus palabras más dulces que la miel,
más que el jugo de panales.

Por eso tu servidor se empapa en ellos,
gran ganancia es guardarlos.

Pero ¿quién se da cuenta de sus yerros?
De las faltas ocultas límpiame.

Guarda también a tu siervo del orgullo,
no tenga dominio sobre mí.
Entonces seré irreprochable,
de delito grave exento.

¡Sean gratas las palabras de mi boca,
y el susurro de mi corazón,
sin tregua ante ti, Yahveh,
roca mía, mi redentor.

Segunda Lectura

Primera Corintios 12,12-31

Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Si dijera el pie: «Puesto que no soy mano, yo no soy del cuerpo» ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no soy del cuerpo» ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Si todo el cuerpo fuera ojo ¿dónde quedaría el oído? Y si fuera todo oído ¿donde el olfato? Ahora bien, Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo según su voluntad. Si todo fuera un solo miembro ¿dónde quedaría el cuerpo? Ahora bien, muchos son los miembros, mas uno el cuerpo. Y no puede el ojo decir a la mano: «¡No te necesito!» Ni la cabeza a los pies: «¡No os necesito!» Más bien los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles, son indispensables. Y a los que nos parecen los más viles del cuerpo, los rodeamos de mayor honor. Así a nuestras partes deshonestas las vestimos con mayor honestidad. Pues nuestras partes honestas no lo necesitan. Dios ha formado el cuerpo dando más honor a los miembros que carecían de él, para que no hubiera división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocuparan lo mismo los unos de los otros. Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte. Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas; en tercer lugar como maestros; luego, los milagros; luego, el don de las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas. ¿Acaso todos son apóstoles? O ¿todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Todos con poder de milagros? ¿Todos con carisma de curaciones? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos? ¡Aspirad a los carismas superiores! Y aun os voy a mostrar un camino más excelente.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 1,1-4; 4,14-21

Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. El iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos. Vino a Nazará, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor sobre mí,
porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos

y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor. Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Trayéndonos el inicio del Evangelio de Lucas, la Liturgia nos invita a volver a abrir este pequeño libro y a dejarnos acompañar por él durante el transcurso de este año litúrgico. Leer con continuidad y fidelidad el Evangelio es la disciplina del hombre sabio que sabe extraer de su tesoro cosas nuevas y antiguas. El evangelista Lucas menciona su empeño por "haber investigado diligentemente todo desde los orígenes" de lo que Jesús había dicho y hecho. Escuchar estas páginas no sólo nos impide reducir todo a nosotros mismos, sino que nos permite captar en profundidad y amplitud los sentimientos de misericordia que han movido al Señor Jesús y que todavía hoy edifican el corazón de la comunidad cristiana. Es Jesús, lleno de misericordia, quien nos habla cada vez que abrimos las páginas evangélicas. Podríamos decir que cada vez se repite lo que ocurrió en Nazaret, como nos narra el evangelista.
Es sábado y Jesús, "según su costumbre", acude a la sinagoga. Durante casi treinta años la había frecuentado. Pero nunca sucedió lo que estaba a punto de ocurrir. Esta vez es Jesús mismo quien comenta el pasaje de Isaías donde se dice: "El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor". Terminada la lectura, todos tienen los ojos fijos en él, la maravilla es notable. Y Jesús, con solemnidad, comenta: "Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy". ¡Jesús no comenta el pasaje, lo cumple! "Esta Escritura se ha cumplido hoy". Es el hoy de Nazaret y el hoy de todos los lugares donde se proclama el Evangelio. Cada vez que el Evangelio es predicado se debería decir que esa palabra se convierte en realidad de salvación para quien la escucha. Y son precisamente los pobres, los débiles, los afligidos, los encarcelados, los cojos, los que necesitan oír: "Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy". Es el Señor quien les dice a todos ellos: "hoy" ¡estoy a tu lado! Todas las comunidades cristianas deberían decir "hoy" la página evangélica se convierte en realidad de la historia: "hoy" queremos ser más generosos; "hoy" trabajaremos de todas las formas posibles para que cesen las guerras y los conflictos entre los pueblos; "hoy" nos empeñamos para que los niños dejen de estar abandonados; "hoy" nos empeñamos para que los refugiados sean acogidos; "hoy" el Evangelio de la misericordia debe recorrer las calles de los hombres y suscitar una nueva esperanza de paz.
Los discípulos deben dejarse tocar el corazón por este Evangelio y no posponer a "mañana" el "hoy" de la misericordia, por pereza o por miedo. Es un hoy que no acaba, precisamente porque cada vez que el Evangelio se proclama se cumple el "hoy" de Dios, la liberación de los oprimidos, la consolación de los afligidos, el año de misericordia para todos. Nosotros que seguimos experimentando la fuerza liberadora del amor de Dios, conocemos el sentido de las palabras evangélicas: "nada es imposible para Dios". Por esto estamos llamados a sentir todavía más la responsabilidad para que el hoy del Señor llegue a todo hombre y a toda mujer, aquí, en esta ciudad nuestra, y en todas las partes del mundo a las que el Señor nos envía.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.