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Vigilia del domingo
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Recuerdo de Onésimo, esclavo de Filemón y hermano en la fe del apóstol Pablo. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 16 de febrero

Recuerdo de Onésimo, esclavo de Filemón y hermano en la fe del apóstol Pablo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Génesis 3,9-24

Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: "¿Dónde estás?" Este contestó: "Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí." El replicó: "¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?" Dijo el hombre: "La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí." Dijo, pues, Yahveh Dios a la mujer: "¿Por qué lo has hecho?" Y contestó la mujer: "La serpiente me sedujo, y comí." Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente:
"Por haber hecho esto,
maldita seas entre todas las bestias
y entre todos los animales del campo.
Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás
todos los días de tu vida. Enemistad pondré entre ti y la mujer,
y entre tu linaje y su linaje:
él te pisará la cabeza
mientras acechas tú su calcañar." A la mujer le dijo:
"Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos:
con dolor parirás los hijos.
Hacia tu marido irá tu apetencia,
y él te dominará. Al hombre le dijo: "Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer,
maldito sea el suelo por tu causa:
con fatiga sacarás de él el alimento
todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá,
y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan,
hasta que vuelvas al suelo,
pues de él fuiste tomado.
Porque eres polvo y al polvo tornarás." El hombre llamó a su mujer "Eva", por ser ella la madre de todos los vivientes. Yahveh Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió. Y dijo Yahveh Dios: "¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre." Y le echó Yahveh Dios del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde había sido tomado. Y habiendo expulsado al hombre, puso delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Dios, que no abandona nunca a los hombres, ni siquiera cuando pecan y se alejan de él, se puso a buscar a Adán, llamándolo: "¿Dónde estás?". También nosotros nos encerramos muchas veces en nosotros mismos para escondernos del Señor. Pero Él continúa buscándonos: "¿Dónde estás?". Adán, consciente del pecado cometido, tiene miedo, se avergüenza. Pero Dios vuelve a tomar la iniciativa, y así se reabre el coloquio entre Dios, el hombre y la mujer. Es cierto que nadie reconoce fácilmente su pecado; por el contrario, somos rápidos en disculparnos, y en atribuir a los demás la responsabilidad de nuestras acciones y del mal cometido. Y así, Adán acusa a Eva. La serpiente, después de separarlos de Dios, divide al uno del otro. Así es como entra la división en la humanidad, la lucha, el conflicto. Sin Dios nos convertimos en enemigos. No sólo se llega a acusarse mutuamente, sino a matarse, como sucederá entre Caín y Abel. Sin embargo Dios no abandona a Adán y Eva, ni siquiera tras haber pecado. Mientras salen del paraíso terrenal, con un gesto maternal los viste para que no sufran el frío de la historia, de las dificultades que encontrarán en su camino. Esos vestidos son el signo de su amor por todos nosotros. Su ira se abate sobre la serpiente, que es condenada a arrastrarse por tierra y, al final, la mujer y su estirpe le pisarán la cabeza: el mal será vencido. Es la promesa de Dios a la humanidad. El texto bíblico nos pone en guardia sobre el orgullo que nos empuja a ser dioses para nosotros mismos. Es la tragedia del pecado original: ponerse en el lugar mismo de Dios. ¡Cuántas veces nos excluimos de la amistad con Dios por seguirnos a nosotros mismos, por seguir a los ídolos y las ilusiones del mundo, por ir detrás de los falsos profetas! Dios, que sigue amándonos, mandará a su propio Hijo al mundo para devolver a los hombres a su alianza, a su amistad. Jesús -como escribe el apóstol Pablo- es el nuevo Adán: "Así pues, como el delito de uno atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno procura a todos la justificación que da la vida. En efecto, así como por la desobediencia de un hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno todos serán constituidos justos" (Rm 5, 18-19).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.