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Miércoles 17 de abril

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Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Mateo 26,14-25

Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: «¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?» Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle. El primer día de los Azimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?» El les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos."» Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua. Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará.» Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?» El respondió: «El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!» Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?» Dícele: «Sí, tú lo has dicho.»

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

La traición de Judas suscita siempre sentimientos de dolor y desconcierto. Judas llega a vender a su maestro por treinta denarios (el precio del rescate de un esclavo). ¡Cuánta amargura hay en las palabras iniciales del Evangelio que hoy hemos escuchado: "Uno de los doce"! Sí, uno de los más amigos. Uno a quien Jesús había escogido, a quien había amado y de quien se había preocupado, y a quien también había defendido de los ataques de los enemigos. Ahora es precisamente él quien le vende a los enemigos. Judas se había dejado seducir por la riqueza, alejándose del maestro hasta idear la traición y luego llevarla a cabo. Jesús, por lo demás, había dicho claramente: "No se puede servir a Dios y al dinero" (Mt 6,24). Judas acaba prefiriendo finalmente lo segundo, y se encamina por esa vía. Sin embargo, la conclusión de esta aventura es muy distinta de como Judas la concebía. Quizá su angustia comienza precisamente con la preocupación de encontrar el modo y el momento de "entregar a Jesús". El momento está por llegar, coincide con la Pascua, con el tiempo en que se inmola el cordero en recuerdo de la liberación de la esclavitud de Egipto. Jesús sabe bien lo que le espera: "Mi tiempo está cerca", confió a las doce. Pide a los discípulos que preparen la cena pascual, la cena del cordero. Con esta decisión Jesús muestra que en realidad no era Judas quien le "entrega" a los sacerdotes, sino que, por el contrario, es él mismo el que se "entrega" a la muerte por amor a los hombres. En efecto, Jesús podía retirarse fuera de Jerusalén a un lugar desierto y así escapar a la captura. No lo hizo. Se quedó en Jerusalén para celebrar la cena en la que los judíos recuerdan la decisión de Dios de liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. La petición de amor de aquella tarde continúa resonando en los oídos de todos los discípulos, de todos los hombres. La pasión de Jesús no ha terminado. Desde todos los lugares del mundo aún hoy sube la petición de amor y de salvación de los pobres, de los débiles, de los que están solos, de los condenados, de quienes son martirizados por la maldad humana. A todos se nos invita a escuchar esta petición de amor y a alejar el instinto de traición que se esconde en el corazón de cada hombre. Incluso Judas, aquella tarde, para esconder su intención de los demás, se atreve a decir: "¿Soy yo acaso, Rabbí? Interroguémonos sobre nuestras traiciones, no para dejarnos abrumar por ellas, sino para unirnos aun más a Jesús, que continúa cargando con los pecados del mundo y también los nuestros.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.