ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 22 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Corintios 12,1-10

¿Que hay que gloriarse? - aunque no trae ninguna utilidad -; pues vendré a las visiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años - si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe - fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre - en el cuerpo o fuera del cuerpo del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe - fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar. De ese tal me gloriaré; pero en cuanto a mí, sólo me gloriaré en mis flaquezas. Si pretendiera gloriarme no haría el fatuo, diría la verdad. Pero me abstengo de ello. No sea que alguien se forme de mí una idea superior a lo que en mí ve u oye de mí. Y por eso, para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Es una parte crucial de la carta. Pablo revela la experiencia espiritual de una visión, aunque no delimita su contenido porque ni siquiera él mismo la ha comprendido por completo. Es significativo que el apóstol ya no hable en primera persona, sino de "un creyente en Cristo que hace catorce años -si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé: Dios lo sabe- fue arrebatado al paraíso" (v. 2). No describe detalladamente la experiencia que vivió, ya que ni siquiera él mismo la comprendió totalmente. En aquel encuentro misterioso quedó como desposeído de sí mismo: ya no habla el yo carnal sino un "creyente en Cristo". Aquel encuentro lo transformó profundamente hasta hacerle decir, en otra ocasión: "Yo ya no vivo, pero Cristo vive en mí" (Ga 2,20). El cristiano sigue el camino de identificación con Cristo, un camino de crecimiento espiritual que se prolonga durante toda nuestra vida hasta su plenitud. La vida plena y salvada no es más que la comunión con Cristo. En este punto el apóstol hace una diferenciación en su defensa: se gloria de este hombre que se ha dejado tomar por Cristo, pero "en cuanto a mí, solo presumiré de mis flaquezas" (v. 5). Y revela a los corintios una experiencia personal de debilidad, que lo debía debilitar no poco: un "aguijón" en la "carne". No sabemos bien a qué se refiere el apóstol, aunque las consecuencias debían ser duras, pues llegó a pedir tres veces al Señor que lo salvara. Pablo recibe de Dios la respuesta que le permite edificar su vida no sobre su propia sabiduría y su propia fuerza, sino sobre la potencia que viene del Señor: "Mi gracia te basta, pues mi fuerza se realiza en la debilidad" (v. 9). El apóstol descubre que la fuerza del Señor se ha manifestado en la debilidad de poner su vida al servicio del Evangelio. Es una gran lección espiritual y pastoral que a menudo, por desgracia, es ignorada. Muchas veces nuestra debilidad y los problemas que tenemos se convierten en un motivo para echarnos atrás frente al Evangelio o bien constituyen una justificación para no hacer nada. No obstante, el discípulo descubre la fuerza extraordinaria del Señor y de su gracia precisamente en la debilidad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.