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Memoria de Jesús crucificado
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Memoria de Jesús crucificado

Festividad del Sagrado Corazón de Jesús. Recuerdo de san Ireneo, obispo de Lyon y mártir (( 202). Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 28 de junio

Festividad del Sagrado Corazón de Jesús. Recuerdo de san Ireneo, obispo de Lyon y mártir (( 202). Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 15,3-7

Entonces les dijo esta parábola. «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido." Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy la Iglesia celebra la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y la liturgia nos ayuda a contemplar el misterio del amor de Dios a través del corazón de su Hijo que se revela a nosotros como el corazón de un buen pastor. La del pastor es una imagen muy querida por los profetas y ya Ezequiel había hablado de ella: "Aquí estoy yo, para cuidar personalmente de mi rebaño y velar por él... las reuniré de los países y las conduciré de nuevo a su suelo" (Ez 34,11.13). El Evangelio de Lucas, como si quisiera continuar las palabras del profeta, reproduce las palabras de Jesús que se identifica con el buen pastor que siente un amor tan grande por sus ovejas que está dispuesto a dar su propia vida por ellas. Como se dice en el Evangelio de Juan, las ama y las conoce una a una (Jn 10,3), no como una masa indistinta; de hecho de cada una conoce la voz, el nombre, la historia, lo que necesita, y vierte todo su afecto y su esperanza en cada una. En una sociedad como la nuestra que se ha hecho virtual, anónima e individualista, es fácil que te olviden y desaparezcas. Pero el corazón de Jesús no olvida a nadie; el Señor nos ama y nos conoce a cada uno de nosotros. Pero muchas veces somos nosotros, quienes nos alejamos y terminamos cansados y oprimidos, como aquellas muchedumbres que conmovieron el corazón de Jesús, porque le parecían como "ovejas que no tienen pastor" (Mt 9,36). El pastor bueno, recuerda Jesús, deja a las noventa y nueve ovejas en el redil para ir a buscar a la oveja perdida. "Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada", decía el profeta Ezequiel (Ez 34,16). Jesús no abandona a ninguna de sus ovejas a su destino; siempre las recoge, las guarda y, quizás no una vez sino muchas, ha tenido que dejar a las otras noventa y nueve ovejas para ir a buscarnos a cada uno de nosotros y cargarnos a hombros.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.